Al monje no le está permitido recibir de ninguna manera ni de sus padres ni de cualquier otra persona, ni entre los monjes mismos cartas, eulogias ni otro obsequio cualquiera sin autorización del abad.
54,1.
Este capítulo trata de lo ya ordenado anteriormente que prohibía recibir o dar cosa alguna sin autorización del abad. (33) y remite así mismo a la recomendación de no se entristezca el destinatario del regalo, si lo entregaban a otro, advertencia que ya está en el cap. 34.
En el cap. 33 refiriéndose a la propiedad individual dice que este vicio debe ser extirpado del monasterio.
Para comprender todo el contenido positivo de este pequeño capítulo 53 hay que volver a leer el cap. 33 y 34. Y su última raíz está en dos instrumentos de las buenas obras:”Negarse a sí mismo para seguir a Cristo” 4,10, “No anteponer nada al amor de Cristo” 4,20. Y en el tercer grado de humildad que exhorta a imitar a Cristo en su despojamiento total como se describe en Filipenses 2. “Se anonadó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte”.
Si la práctica concreta de la pobreza y de la comunidad de bienes es exigente y delicada hasta en sus más pequeños detalles, la actitud de espíritu que la ha de fundamentar es uno de los aspectos más importantes de la vida del monje. Pero hay que constatar que en estos últimos años hemos experimentado un cambio de sensibilidad muy importante en este tema.
La atención se ha dirigido preferentemente hacia la pobreza colectiva, hasta sentir algunos una angustia por la preocupación de dar testimonio de pobreza, mientras han ido disminuyendo las exigencias en cuestión de austeridad personal. Ser pobre sin que me falte nada.
Analizando la trayectoria de estos últimos años, constatamos que esto es fruto de una reacción más o menos superficial contra formas esteriotipadas de vivir la pobreza.
La desidia actual en esta materia ha sido la cusa de que la preocupación por testimoniar la pobreza colectiva muchas veces queda reducida a solo palabras, por faltar la raíz más profunda de la vivencia de la pobreza, es decir la configuración con Cristo.
Por todo ello, lo que hay que proponerse es amar la raíz, puesto que así se enmendarán las manifestaciones externas. Si corregimos solamente los síntomas, nos engañamos. La práctica de la pobreza no es un fin, sino un medio. Por esto, lo que interesa es conseguir la libertad, la capacidad de amar, y el gozo de la comunión. Y a esto no se llega, si no es por la abnegación de sí mismo para seguir a Jesucristo. Entonces es cuando adoptamos la actitud justa sobre los bienes que hemos puesto en común.
Es interesante como s. Benito enfoca el cap. 32, el uso de los bienes comunitarios Los considera como instrumentos de trabajo y así es como tenemos que asumir los medios necesarios para llevar la misión personal y colectiva en el monasterio. Llama también la atención por su preocupación por la liberación, que es fuente de alegría. Le preocupa mucho la tristeza en la vida de los monjes. El cap. 31 termina diciendo: para” que nadie se perturbe ni se entristezca en la casa de Dios” 31,19.
Toda la tradición monástica da una gran importancia a la liberación interior del monje, mediante el desprendiendo de los bienes propios y la vida común. La experiencia enseña que la falta de delicadeza e infidelidades en estos campos son el origen de otras infidelidades más grandes. Por el contrario, el desprendimiento y el saber compartir con los otros gestos concretos, no solo las cosas sino también lo que uno tiene, es la fuente de alegría y de libertad. Esto es lo que S. Benito describe en el 4º grado de humildad: “Seguros con la esperanza de la recompensa divina, prosiguen alegres… pero todo esto lo superamos gracias al que nos amó”
Ante el panorama actual nos podemos preguntar ¿No nos habremos equivocado el derogar aquel sistema tan preciso de normas y permisos? Eran cosas tal vez que podían ayudar a algunas personas, pero para muchos se habían convertido en mecanismos de auto justificación con resultados más bien despersonalizadores. Las personas maduras, después de quitar las normas, han seguido fieles a su espíritu. Por eso mirando hacia delante, se pueden hacer las siguientes insinuaciones: miremos con mucho cuidado a la pobreza y comunidad de bienes, esforcémonos en profundizar en la actitud fundamental de abnegación evangélica para seguir a Cristo, recordemos que esta actitud la hemos de asumir libremente, seamos consecuentes y generosos, pero tengamos presente que esta actitud no se puede mantener si no se expresa y alimenta con hechos concretos de renuncia y disponibilidad respecto a los otros, vividos siempre en referencia continua a Jesucristo, “quien siendo rico se hizo pobre por nosotros a fin de que nosotros nos enriqueciésemos con su pobreza”.
No tengamos miedo, dejándonos influir por este espíritu de nuestro mundo, en el que el culto a la autosuficiencia encubre tantas esclavitudes. Hemos de vivir libremente las dependencias y limitaciones de la vida de comunidad, la renuncia a la independencia económica. Hay una forma muy libre y muy madura de ser dependiente.
Y para terminar este comentario veamos algunas particularidades del texto de la RB. Entre las cosas que no se pueden dar sin permiso del abad la RB señala las “eulogia”, que significaba muchas cosas, incluso la eucaristía, hasta los panes ofrecidos pero no consagrados, regalos o presentes de naturaleza muy variada que servía como de obsequios entre los eclesiásticos y personas consagradas.
La causa que S. Benito señala para evitar el entristecerse, es para no dejar resquicio al diablo. Reconoce la grave tentación que puede sentir el hermano que se siente frustrado. De la tristeza a la murmuración no hay más que un paso y la murmuración es causa de muchos males en comunidad. La influencia de S. Agustín es muy importante en la redacción de este capítulo.
En realidad S. Benito no innova nada en la legislación de los cenobios sobre esta materia. O a lo más lo que hace es restablecerla en toda su pureza.
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