425.- La acogida de los huéspedes.

publicado en: Capítulo LIII | 0

A todos los huéspedes que se presenten  en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo. (53,1)

La Sagrada  Escritura, que es la regla del monje por excelencia, inculca vivamente la acogida  solicita y religiosa del huésped como uno de los aspectos fundamentales de la caridad fraterna que hace que el cristiano se crea siempre en deuda para con todos los hombres.
Los monjes tuvieron muy en cuenta recibir, honrar, agasajar a los peregrinos y visitantes, una práctica muy estimada  en su vida cotidiana desde los mismos orígenes del monacato.
En los cenobios de S. Pacomio, los hermanos porteros  recibían a todos los visitantes, a cada cual según su categoría. A los clérigos y monjes debían mostrarles especiales muestras de consideración.
San Benito se muestra digno heredero de esta tradición hospitalaria del monacato precedente, a diferencia del Maestro, que se muestra más bien desconfiado y suspicaz respecto a los huéspedes. S. Benito dedica a este tema todo el largo y enjundioso capítulo 53. Un verdadero espíritu de fe cálida y humana inspira todo su contenido.
Desde el punto de vista de la redacción se divide en dos partes subrayadas por la expresión “supervenientes hospites” (1 y 16)
En la  primera (1-15) encontramos una construcción armoniosa y equilibrada pero algo deteriorada por la inclusión de v.9. Aquí encontramos el principio bíblico en el que se  fundamenta la acogida de los huéspedes y se precisa el ritual de la misma, inspirada sobre todo por la influencia del la “historia monachorom” de Rufino.
La  segunda parte (v. 16 al 24) presenta un aspecto enteramente distinto tanto desde el punto de vista literario despareciendo la armonía de la primera parte, como del contenido. Lo que importa ahora no son las atenciones que deben prodigarse a los huéspedes, sino las repercusiones que su acogida pueden tener en la vida comunitaria. Los problemas concretos que el ejercicio de la hospitalidad plantea a los hermanos. Son temas yuxtapuestos y resueltos separadamente a fin de que la vida comunitaria no resulte perturbada en su paz  por la presencia, necesidades y exigencias  de personas ajenas  a la comunidad.
El examen minucioso de la construcción, el vocabulario y el contenido de esta segunda parte nos lleva a pensar que S. Benito la redacto posteriormente y posiblemente no de una vez, sino según se presentaban las dificultades y diferentes ocasiones.
La práctica diaria de la hospitalidad y las experiencias acumuladas le aconsejaron introducir algunas precisiones en el texto primitivo. Aleccionado pro la vida, moderó la exuberancia de su rito de acogida, ya que estaba mal adaptado a la situación concreta de su monasterio. La campiña italiana no era un desierto de Egipto donde raras veces se presentaban huéspedes. Aquí los huéspedes acudían sin cesar y en ocasiones en gran número. Si quería conservar la paz de la comunidad y la observancia monástica, se imponía la prudencia. Tanta afluencia de huéspedes podía perjudicar gravemente la búsqueda de Dios en la oración y el silencio en que tenían que vivir los monjes, si no era debidamente encauzado el recibimiento. De aquí las reservas y restricciones añadidas al texto primitivo. Y también los esfuerzos para armonizar las irrenunciables tradiciones de la hospitalidad con las exigencias propias de la vocación cenobítica.

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