Vamos a abordar un aspecto de la obediencia, que creo no es muy conocido y que se requiere gran espíritu de fe para comprenderlo, sobre todo a los inficionados del espíritu racionalista de nuestra época.
El misterio de la obediencia está íntimamente unido al del profetismo. Cuando Dios irrumpe en la historia para dar a conocer su palabra, el hombre está absolutamente cierto de acoger la voluntad de Díos a través de la boca del profeta. Algunas características del profetismo, se encuentran en la obediencia monástica que venimos describiendo.
La obediencia monástica es un lugar profético. En ella se revela la voluntad de Dios sin imposibilidad de duda al que obedece con fe. Benito subraya con fuerza este punto, pero no hace otra cosa que recoger y continuar una larga tradición. El monje debe obedecer “como si la orden viniese del mismo Dios”. RB 5,4.
El apelativo profético podía sustituirse por el de apostólico, ya que la obediencia espiritual se inserta en cuanto se refiere a los discípulos en la descendencia de los apóstoles y de sus sucesores. En este sentido Benito, siguiendo la RM. aplica a los que ejercen la autoridad en un monasterio, la palabra que Jesús dirigió a los apóstoles: “Quien a vosotros escucha, a mi me escucha”
En el ámbito de la obediencia, la palabra de Dios se hace presente con absoluta certeza. Pero es necesario precisar un poco más. Esta infalibilidad de la obediencia, no viene principalmente del superior, sino de la fe y humildad del que busca sinceramente la voluntad de Dios. Si queremos hablar de gracia de estado, no pertenece en primer lugar al que manda, sino al que obedece, porque al que busca con fe, nunca deja de manifestársele la voluntad de Dios.
“Si alguno orienta realmente su corazón hacia la voluntad divina, Dios iluminará incluso la mente de un niño para darla a conocer. Pero el que no desea con sinceridad la voluntad de Dios, incluso aunque acuda a un profeta de Dios, infundirá en el corazón del profeta una respuesta conforme a la maldad de su corazón” Doroteo de Gaza.
La obediencia provoca una especie de milagro profético. Para que florezca tal maravilla basta que se encuentren reunidas estas condiciones espirituales: humildad, apertura de corazón frente al anciano, esfuerzo sincero para amputar los deseos personales, búsqueda en la fe de la voluntad del Señor. Y Dios no podrá resistir, intervendrá fielmente, su voluntad se manifestará de modo admirable. El que se abandona de este modo a la obediencia, tendrá la certeza de cumplir lo que Dios quiere.
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