Obediencia de docilidad o de discernimiento es otro matiz de la obediencia monástica.
Ya hemos visto que por el abajamiento de Cristo, la obediencia se convierte en un camino pascual, ya que supone una muerte y una resurrección. S. Juan Clímaco dice que la obediencia sepulta la voluntad y hace vivir la humildad.
Con esto se precisa el objeto de esta crucifixión y mortificación, que tiene lugar a través del proceso de la obediencia.
Hay que hacer algunas precisiones de vocabulario. ¿Qué entendían los antiguos por esa voluntad que atacan con tanto celo?
Según el Abad Admonas “el camino angosto y estrecho, es hacer violencia a los propios pensamientos, y amputar la voluntad propia por amor d Dios”.
Casiano no es menos severo:” el objeto principal de la instrucción y educación del padre… será ante todo enseñar al joven a vencer la voluntad propia. Y el mismo S. Benito, a pesar de su discreción se muestra casi violento cuando dice “odiar la voluntad propia”.
No se trata de la voluntad como facultar espiritual, fuente de libertad y del don de sí mismo. No se puede amputar el dinamismo profundo de la persona.
Por el contrario la renuncia a la voluntad propia quiere restablecer la libertad, pero en armonía con el ser auténtico del hombre.
En los escritos de los antiguos, las voluntades son más bien las veleidades y deseos en estado bravío, indeterminado, no polarizados por un amor y que pueden estar marcados por el dinamismo del pecado que queda en nosotros incluso después de la gracia bautismal.
A veces pueden acaparar nuestra libertad profunda que desorientada, se convierte en lo que en términos ascéticos llamamos “voluntad propia”.
El abad Poemen en un apotegma, decía que la voluntad propia es un muro de bronce entre Dios y el hombre. Para encontrar a Dios solo hay una sola técnica: abatir el muro de la propia voluntad
El joven monje debe aprender a renuncia a todos los deseos que le mantienen lejos de su profundidad y del deseo de Dios. En cuanto se libera de estos deseos que le alejan de su profundidad y de Dios, se ve despojado de toda voluntad, en un vació interior que ya no se aferra a nada. En este momento el deseo de Dios depositado en su corazón saldrá naturalmente a la superficie como de un modo espontáneo.
Jesucristo fue el primero en vivir esta lucha entre los dos deseos y el abandono del deseo humano ante el deseo de Dios. Murió por ello. Y fue el primer hombre que el deseo y la voluntad de Dios lograron realizarse plenamente. No sólo cumplió fielmente la voluntad de Dios, sino que se identificó plenamente con ella.
Unir su voluntad con la del Padre, no le fue fácil a Jesús. Durante la agonía del Huerto y en la cruz, Jesús llegará a lograrla por la fuerza después de una dura lucha. Según Lucas, entró en agonía, y tuvo que orar para ser capaz de abrir su corazón a la voluntad del Padre. “No se haga mi voluntad sino la tuya.” Llega un momento que siente abandonado del Padre, pero al morir Jesús da la respuesta perfecta a la declaración de amor pronunciada sobre Él por el Padre en el bautismo. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. El amor se manifiesta en la comunión restablecida por la obediencia.
A ejemplo de Jesús, el monje amputa la voluntad propia para que la voluntad de Dios se revele plenamente en él. Y la renuncia a sus deseos desemboca en el nacimiento de la libertad de un nuevo ser en Jesucristo. La obediencia se convierte así en una verdadera terapia espiritual produciendo poco a poco el control interior. Libera al hombre y lo encamina hacia su nuevo ser.
Este camino de libertad no puede disociarse de la apertura del corazón y del discernimiento que en ella tiene su origen. Es siempre bajo la mirada de otro, donde el discípulo aprende a discernir los propios deseos y a suprimir los malos. Poco a poco se libera de las fuerzas oscuras que le dominan. La acogida del padre espiritual le tranquiliza de toda inquietud y reconciliado con los propios deseos, sabe discernir los que corresponde a su yo más profundo y por qué deseos debe empeñar su vida. Pero al mismo tiempo se hace capaz de renunciar a los otros deseos superfluos sin ningún trauma. En el sentido más profundo del término ahora es libre por la obediencia.
¿Qué diferencia existe entre esta obediencia de discernimiento y la obediencia sociológica? El padre espiritual juega en esto un papel importante. No es necesariamente el superior el que tiene esta misión de discernimiento, pues el vínculo que une al monje con su padre espiritual es mucho más personal que el que mantiene con el superior. El primero supone una confianza recíproca, y su influencia es única, capaz de ejecutar su influencia durante largos años de su vida monástica. El abad actualmente no suele ser el padre espiritual de los monjes, pero la obediencia solicitada por el superior estará influenciada por la gracia terapéutica de la obediencia de discernimiento.
Sin olvidar el bien común otorgará el bien personal de cada hermano un interés preponderante, pues es sobre todo a través de la obediencia donde el monje se realiza en su vocación. RB 71,2
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