Hemos considerado la obediencia tal como la presenta la RB, en este documento del siglo VI que podemos considerar como la Carta Magna del monaquismo, y que llegó a imponerse en occidente. También hemos examinado de un modo muy superficial como la describe el Concilio Vat. II en PC 14. Pasamos ahora a comentar la obediencia según la tradición monástica, en la que hunde sus raíces la RB. Para ello me dejo guiar por el estudio de A.Louf.
Basta desarrollar ciertas directrices fundamentales, en las que de uno u otro modo se concretiza la obediencia.
Hay que tomar cierta distancia de la noción de obediencia religiosa tal como se solía entender hasta poco antes del Concilio, y que hace unos días ya hemos hablado. Y hundirnos en la tradición monástica donde tiene sus raíces la RB.
La tendencia a identificar obediencia espiritual y sociológica aparece muy pronto en la histeria de la vida monástica. Por lo menos desde que comienza a constituirse la vida cenobítica. Pero la RB no identifica ambas, ya que extiende la obediencia a otras personas además de al abad.
En siglos posteriores se acentuó más la identificación entre obediencia espiritual y obediencia sociológica, quedando así como en penumbra otros aspectos más vitales de la obediencia espiritual.
Todo grupo tiene junto con su específico fin común una disciplina interna, en la que el sentido común por una exigencia natural invita a obedecer.
Toda autoridad sociológica pose ya una consistencia y una dinámica específica propia, con las que no deben interferirse otras normas, como sería el caso de una motivación espiritual artificiosamente introducida desde el exterior.
Es interesante tener esto en cuenta para distinguir una obediencia puramente sociológica y el carisma propiamente dicho de la obediencia espiritual.
Es útil reconstruir el verdadero rostro del carisma de la obediencia, después que ya la hemos distinguido de la obediencia sociológica que es la que de hecho afecta a la mayor parte de los casos.
¿Cómo definir el carisma de la obediencia? Nos puede ayudar una breve comparación con otros carismas, como el celibato y la pobreza, como ya lo hicimos el otro día.
El carisma tiene que aparecer como un bien espiritual, que pertenece al orden nuevo del Reino. Representa por tanto una situación pascual, una prolongación en la Iglesia de un rasgo peculiar de la fisonomía de Cristo. Este bien afecta desde ahora a todos los cristianos. Pero solo algunos cristianos están llamados desde ahora a abrazarlo en plenitud. Estos cristianos, los religiosos, al encarnar este bien del Reino con cierta urgencia, se convierten en símbolo de la cercanía de ese reino y de su presencia escondida en el corazón de la Iglesia y del mundo.
En este sentido, el celibato aparece claramente como un carisma, al contrario de la obediencia puramente sociológica, que es una necesidad de nuestro tiempo y no pertenece al Reino futuro.
La obediencia sociológica no es un hecho libre, y no puede ser objeto de una opción preferencial. Ante ella Cristo no se hallaba en una situación particular respecto a los demás hombres. El también debía obediencia a las autoridades de su tiempo.
La obediencia sociológica en sí misma no es señal de una realidad espiritual que puede compartir en diverso niveles todo el pueblo cristiano.
La obediencia espiritual que aparece en el en el NT y en los documentos antiguos, presenta un aspecto completamente diversos, con rasgos múltiples y complementarios, de los cuales la tradición monástica ha sabido sacar provecho, uniéndoles siempre de modo explicito al ejemplo dejado por Jesús cuando vivía entre los hombres.
Al querer precisar estos rasgos, nos detendremos particular en el examen de tres situaciones espirituales, que corresponden a tres tipos o dones de obediencia.
La obediencia-abajamiento, la obediencia –docilidad, y la obediencia-profética. Las tres sirven para explicar la obediencia cenobítica tal como la presenta S. Benito y tal como los monjes debemos intentar vivirla hoy.
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