254.- De la obediencia. (5)

publicado en: Capítulo V | 0

Hemos considerado la obediencia tal como la presenta la RB, en este documento del siglo VI que podemos considerar como la Carta Magna del monaquismo, y que llegó a imponerse en occidente. También hemos examinado de un modo muy superficial como la describe el Concilio Vat. II en PC 14. Pasamos ahora a comentar la obediencia según la tradición monástica, en la que hunde sus raíces  la RB. Para ello me dejo guiar por el estudio de A.Louf.
Basta desarrollar ciertas directrices fundamentales, en las que de uno u otro modo se concretiza la obediencia.
Hay que tomar cierta distancia de la noción de obediencia religiosa tal como se solía entender  hasta poco antes del  Concilio, y que hace unos días  ya hemos hablado. Y hundirnos en la tradición monástica  donde tiene sus raíces la RB.
La tendencia  a identificar obediencia espiritual y sociológica  aparece muy pronto en la histeria de la vida monástica. Por lo menos desde que comienza a constituirse la vida cenobítica. Pero la RB no identifica ambas, ya que extiende la obediencia a otras personas además de al abad.
En siglos posteriores se acentuó más la identificación entre  obediencia espiritual y obediencia sociológica, quedando así como en penumbra  otros aspectos más vitales de  la obediencia espiritual.
Todo grupo tiene junto con su específico fin  común una disciplina interna, en la que el sentido común  por una exigencia natural invita a obedecer.
Toda autoridad sociológica pose ya una consistencia y una dinámica  específica propia, con las que no deben interferirse otras normas, como sería el caso de una motivación espiritual artificiosamente  introducida desde el exterior.
Es interesante tener esto en cuenta para distinguir una obediencia puramente sociológica y el carisma propiamente dicho de la obediencia espiritual.
Es útil  reconstruir el verdadero rostro del carisma de la obediencia, después que ya la hemos distinguido de la obediencia sociológica que  es la que de hecho afecta a la mayor parte de los casos.
¿Cómo definir el carisma de la obediencia? Nos puede ayudar  una breve comparación con otros carismas, como el celibato y la pobreza,  como ya lo hicimos el otro día.
El carisma tiene que aparecer como un bien espiritual, que pertenece al orden nuevo del Reino. Representa por tanto una situación pascual, una prolongación en la Iglesia de un rasgo peculiar de la fisonomía de Cristo. Este bien afecta desde ahora a todos los cristianos. Pero solo  algunos cristianos están llamados desde ahora a abrazarlo en plenitud. Estos cristianos, los religiosos, al encarnar este bien del Reino con cierta urgencia,  se convierten en símbolo de la cercanía de ese reino y  de su presencia escondida en el corazón de la Iglesia y del mundo.
En  este sentido, el celibato aparece claramente como un carisma, al contrario de la obediencia puramente sociológica, que es una necesidad de nuestro  tiempo y no pertenece al Reino futuro.
La obediencia sociológica no es un hecho libre, y no puede ser  objeto de una opción preferencial.  Ante ella Cristo  no se hallaba en  una situación particular respecto a los demás hombres. El también debía obediencia a las autoridades de su tiempo.
La obediencia sociológica en sí misma no es señal de una realidad espiritual  que puede compartir en diverso niveles todo el pueblo cristiano.
La obediencia espiritual que aparece en el  en el NT  y en los documentos antiguos, presenta un aspecto completamente diversos, con rasgos múltiples y complementarios, de los cuales la tradición monástica ha sabido sacar provecho, uniéndoles  siempre de modo explicito al ejemplo dejado  por Jesús cuando vivía entre los hombres.
Al querer precisar estos rasgos, nos detendremos  particular en el examen de tres situaciones espirituales, que corresponden a tres  tipos o dones de obediencia.
La obediencia-abajamiento, la obediencia –docilidad, y la obediencia-profética. Las tres sirven  para explicar la obediencia cenobítica  tal como  la presenta S. Benito y tal como los monjes debemos intentar vivirla hoy.

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