Y desocupando sus manos, dejan sin acabar lo que estaban haciendo por caminar con las obras tras la voz del que manda, con pasos tan ágiles como su obediencia. Y como en un momento, con la rapidez que imprime el temor de Dios, hacen coincidir ambas cosas a la vez, el mandato del maestro y la total ejecución por parte del discípulo. Es que les consume en anhelo de caminar hacia la vida eterna. (5,9-10)
San Benito expresa en términos claros la manera de obedecer a la voluntad divina por parte del monje que aspira gozoso a unir su voluntad a la de Cristo y anhela la vida eterna.
Mejor que un comentario a este texto, es desgranarle con atención.
Desocupándose de todo. Las manos que están ocupadas, al mandato de la obediencia, al sonido de la campana, lo dejan todo. No terminan la cosa comenzada. Según las crónicas monásticas, no terminan la letra comenzada, y después la encuentran terminada en oro. (Copistas) Convertidas en perlas las migas recogidas en la mano sin tiempo para iterarlas por haber dado la señal de las gracias de la comida, o acudían al coro a medio afeitar. (El ser leyendas no dejan de expresar la mentalidad de los que las escribieron)
Al mismo tiempo se levanta el pie para marchar a la voz de la obediencia,”vicino obediente pede” que Iñaki traduce con pasos tan ágiles para seguir muy de cerca al que manda. La prontitud es lo que quiere resaltar de tal modo que el mandato por una parte y su ejecución por otra, se realizan en un solo instante. “Como en un momento” precisa S. Benito. Así estas dos acciones están siempre juntas.
La ejecución inmediata de la voluntad divina, por costosa que sea no basta. Es preciso que la orden sea ejecutada con perfección, o sea tal como lo quiere el Señor, según el mandato recibido.
El que indique S. Benito que hay que hacerla con prontitud, no quita que hay que hacerla bien. Perfectamente, dice S. Benito. S. Ignacio decía a un hermano:” ¿Para quién barréis hermano mío? Para Dios, mi Rdo. Padre. A lo que contestó. Si así trabajáis para Dios, mereceis una buena penitencia, porque no es así como se sirve a tan gran Señor.
El que tiene la verdadera obediencia, es decir el que ve a Dios en las órdenes que recibe y en las obligaciones propias de su cargo, pone tanto cuidado en las cosas más insignificantes como en los actos más importantes, ya que tanto lo pequeño como lo grande lo considera voluntad de Dios. Nuestro Señor salvaba al mundo tanto en la cruz, como haciendo las cosas más pequeñas en Nazaret. Su vida fue hacer la voluntad del Padre, y así redimir a la humanidad del pecado.
El cumplir las órdenes con cuidado, no quiere decir que se obre con lentitud y somnolencia. S. Benito quiere una santa agilidad en la ejecución de la divina voluntad. El mismo motivo que nos lleva a hacer bien las cosas mandadas, nos lleva a hacerlas con amoroso ardor, ya que es a Dios a quien servimos y él será un día nuestra recompensa. La fe, la esperanza y el amor son tres aguijones que nos estimulan continuamente y nos hace correr por el camino de la obediencia.
En el Prólogo ya había dejado constancia que “al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios”
Ver a Dios en la obediencia, es el secreto de la ejecución inmediata, de la ejecución perfecta, de la ejecución ardiente y amorosa, que quiere S. Benito sean las características de la obediencia de sus hijos.
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