239.-Obediencia y sumisión.

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Estos son incapaces de diferir la realización inmediata de una orden, tan pronto como  esta emana del  superior, igual que si lo mandase el mismo Dios. De ellos dice el Señor, nada más que me escucharon me obedeció. Y dirigiéndose a los maestros espirituales: “Quien a vosotros  escucha, me escucha a mi. (5,4-6)

El monje movido por los motivos antes enumerados por S. Benito, obedece prontamente, y puntualiza S. Benito, “como si lo mandase el mismo Dios”.
Para mejor comprender estos textos de S. Benito, es oportuno distinguir entre sumisión y obediencia.
Esta distinción nos sirve para precisar algunos conceptos  que juzgo esenciales para comprender correctamente la obediencia cristiana y sobre todo la religiosa.
La obediencia propiamente dicha, tiene siempre como objeto inmediato a Dios. Solo se puede  y debe obedecer a Dios, ya que solo El es digno de nuestra obediencia, porque “solo El es digno de un don tan radical de la persona humana”. (RC 2)
Toda obediencia es por lo tanto obediencia a Dios. En cambio la sumisión puede tener una relación inmediata a la ley, a la autoridad,  es decir a las mediaciones humanas. A través de esas mediaciones, que nunca tiene sentido último en sí misma, obedecemos a Dios. La obediencia mira siempre a Dios y propiamente solo a Dios. Mientras que la sumisión se justifica desde la sociedad, desde las exigencias de una organización, o desde el bien común.
Cristo vive en sumisión y obediencia. En obediencia total y permanente al Padre. Pero vive también en sumisión en primer lugar y principalmente hacia sus padres. Es significativo que S. Lucas condense los treinta años  de la vida oculta de Jesús con la frase: “les estaba sometido”. Es más, la sumisión a estas mediaciones humanas, es obediencia al Padre. Someterse a Maria y a José, era para Jesús la manera concreta de obedecer a su Padre.
De la misma  manera, toda sumisión cristiana a la autoridad legítima, a las exigencias  de la ley, etc.  es obediencia a Dios.  Los superiores no son término de de nuestra obediencia.  A través de su mediación humana, obedecemos directamente a Dios.
La obediencia, en cuento virtud sobrenatural, hace relación propia y solamente a Dios. Dios es siempre su objeto inmediato y el objeto de la misma. Pero Dios nos habla, nos manifiesta su voluntad de muchas maneras, sirviéndose de diversos medios o instrumentos. Por ejemplo la propia conciencia, que no es término de nuestra obediencia, ni propiamente voz de Dios, sin testigo de esa voz, y en tanto puede mandar en cuanto obedece ella misma. La palabra revelada, los acontecimientos, la historia de los hombres, los signos de los tiempos, la voz de los hermanos, y sobre todo la jerarquía de la Iglesia.
Todos estos modos de  expresión de la voluntad de Dios son  cauces e instrumentos, pero  no la voluntad de Dios ni siquiera la voz de Dios propiamente. Son signos materiales expresivos de la voluntad y de la voz de Dios.
Ahora bien, a quien obedecemos es  a la voluntad divina, a Díos mismo, por eso la prontitud  que quiere S. Benito en el monje. Porque la virtud sobrenatural solo puede tener por objeto inmediato a Dios, que nos expresa su voluntad. Todos esos  medios son como los objetos materiales y como los instrumentos  que nos indican  o nos traducen  la voluntad de Díos para con nosotros, pero no son la voluntad de Dios en sí misma.
No podemos decir que obedecemos a los acontecimientos, a la palabra  que nos expresa una voluntad de Dios, sino a los signos  que nos permiten vislumbrar esa divina voluntad.
Por esta misma razón no obedecemos propiamente a los superiores que son  meros signos e interpretes de la voluntad de Dios para con nosotros  en determinadas  circunstancias concretas de nuestra vida.
Obedecemos a la voluntad de Dios que se nos manifiesta a través de esos signos. El superior no es el objeto formal de nuestra obediencia, sino un intérprete y un trasmisor de Otro, que es en realidad a quien obedecemos.
La fe que es el elemento constitutivo de la obediencia cristiana, nos pone en inmediatez formal con Dios. Nuestra voluntad se une directamente con la voluntad divina. Incluso puede darse el cumplimento exacto  materialmente  perfecto, de lo mandado por el superior  y no haber obediencia, porque uno puede cumplirlo con otros fines que no son  ni los del superior ni los de Dios.
Entonces se cumple, pero no se obedece. De aquí  que obedecer solo por afecto al superior puede ser solo un acto de afecto natural. Obedecer porque lo mandado nos agrada, es una pura satisfacción personal, Obedecer por rutina, porque lo hacen todos, es un acto a lo menos imperfecto, obedecer para cumplir el voto, para evitar el infierno,  para merecer el  cielo, para hacer penitencia, para  atestiguar ante Dios el reconocimiento de los beneficios recibidos, es un acto bueno y más o menos meritorio según sea el motivo impulsor. La obediencia santifica cada uno de estos motivos sobrenaturales.
El verdadero obediente, por la fe solo considera a Dios en lo mandado. Por la esperanza pone toda su confianza en la gracia de Dios que acompaña a todo mandato, y por la caridad  se adhiere a sola la voluntad de Dios. Así vive en una unión continua de Dios.  

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