Seguimos considerando la fuente del capítulo 5 de la RB, que no es otro que la RM.
La primera realidad que encuentra el Maestro al reflexionar sobre las palabras “Hágase tu voluntad”, es nuestro libre albedrío. En efecto, el hacer la voluntad de Dios no nos es algo connatural al hombre ser complejo y dividido.
“Fiat voluntas tua” es el grito del Espíritu en nosotros, pero al Espíritu se opone la carne y esta domina nuestra alma, imponiéndola sus codicias nocivas, sugeridas por el diablo.
Por tanto la voluntad divina solo puede ser comprendida a costa de una erradicación voluntaria de nuestra voluntad propia. El Maestro encuentra la necesidad de esta erradicación en la frase de S. Pablo que sin duda ha tomado de la regla de S. Basilio: no hacemos lo que queremos. Hágase tu voluntad se traduce por tanto negativamente, no haré lo que quiero.
Así desde el principio, la voluntad de Dios aparece como opuesta al querer humano espontáneo. Es el alma esclavizada por la carne. Por eso tenemos que sustituir el cumplimiento de la voluntad divina, al de esta voluntad propia a fin de no ser condenados el día del juicio.
Este es el primer fundamento de la obediencia monástica en la mente del Maestro. Es una cuestión de salvación.
Esta doctrina está marcada por el duelo entre la carne y el espíritu que describe S. Pablo al final de la carta a los Gálatas.
Entre la carne y el espíritu, el Maestro pone el alma, según la exégesis corriente a partir de Orígenes.
Del alma brotan esas voluntades que Pablo invita a no hacer. Voluntades males, carnales, que el Maestro concibe como equivalentes a los deseos de la carne de los que acaba de hablar el Apóstol. De este modo, la frase de Gálatas 16,17 está en el origen de este binomio, cuya importancia a los ojos de l Maestro y de Benito conocemos: “los deseos de la carne” y “la voluntad propia”.
El Apóstol había reprobado estos dos tipos de tendencias, casi con los mismos términos. El Maestro y Benito las unirán con una misma reprobación. Son los enemigos comunes de la voluntad de Dios y el objetivo de la obediencia monástica es combatirlos y extirparlos.
La vonluntad propia por tanto es una tendencia al mal que proviene de la carne. Pero ¿de qué carne se trata?
Al leer la perícopa paulina constatamos que todas las obras de la carne están lejos de ser simples pasiones sensuales. En efecto, a continuación de la lujuria, de la impureza y la inmoralidad, Pablo menciona la idolatría, la magia, la enemistad, la rivalidad, los celos, etc. Así llegamos a la conclusión que la carne representa un con junto de tendencias pecaminosas a las que todo el hombre, alma y cuerpo, está sujeto. Distinguimos por tanto carne y cuerpo, reconociendo al término paulino la significación más amplia que tiene en la Biblia.
El Maestro ha hecho esta misma constatación pero saca una conclusión diferente.
Si el Apóstol llama obras de la carne a las faltas más variadas, es porque la carne, es decir el cuerpo, es el origen de toda mala voluntad. De aquí el axioma enunciado al final de la regla: toda voluntad propia es carnal y proviene del cuerpo.
Esto no supone un repudio maniqueo del cuerpo, formado por Dios, redimido por Cristo y destinado a la resurrección, es fundamentalmente bueno y la responsabilidad de las faltas de las que es instrumento incumbe al alma que es su dueña.
Con estas premisas, ha señalado frente a la voluntad divina, esa voluntad humana contraria a Dios, y siguiendo a Basilio y a Casiano, llama voluntad propia.
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