Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, no obstante ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma, todos juntos lleva en una vida integra en toda pureza, y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. (49,1-3)
En el capitulo anterior S. Benito ha organizado los horarios de los monjes en tiempo de cuaresma, y añadió una observación sobre la lectio cuaresmal. Es posible que esto le diese pie para redactar todo un capítulo sobre la observancia de la cuaresma, tiempo fuerte del año litúrgico, al que sin duda profesaba especial devoción, y le concede singular importancia para la renovación espiritual de los monjes.
Casiano, idealista impenitente, se sirve de su acostumbrada exégesis alegórica y a veces bastante pueril, para decirnos que la cuaresma es el “diezmo” que los seglares deben pagar anualmente al Señor.
Enfrascados como están de ordinario en sus negocios y placeres, se los obliga a consagrar al servicio de Dios por lo menos estos días. Pero los monjes están exentos del pago de diezmo legal, puesto que han hecho donación a Dios de toda su vida, juntamente con todo lo que poseían. La cuaresma fue instituida solo para los imperfectos, no para los justos (que siempre viven en ambiente cuaresmal), sigue diciendo Casiano. Prueba de ello es que la cuaresma no existió mientras se mantuvo inviolada la perfección de la Iglesia primitiva.
S. Benito, hombre práctico, sabe muy bien que los monjes, hombres que aspiran a la santidad, pero hombres al fin y al cabo, les viene muy bien como a todos los cristianos, este periodo de renovación e intensificación de la vida cristiana, que todos los años prepara a los catecúmenos para el bautismo el día de Pascua, y a los fieles para una digna celebración de la Pascua y a la vez así acompañar con sus oraciones y penitencias a los catecúmenos en su preparación bautismal.
Escribe este capítulo sobre la cuaresma, está más preocupado en subrayar su importancia, e insistir en el espíritu que debe animar las observancias, que en fijar puntualmente las prácticas penitenciales de la comunidad monástica. No precisa concretamente en que consiste la intensificación de la vida de oración, como hace la RM.
El cap. 49 pertenece más bien al grupo ascético y espiritual que a la parte propiamente legislativa y disciplinar de la RB, tiene la siguiente estructura. Primero se esboza el ideal cuaresmal. (1-3). En segundo lugar se indica una serie de medios para conseguir el fin de la cuaresma (4), finalmente se perfila un programa de ascesis con otras dos listas de prácticas penitenciales y sobre el espíritu que debe penetrarlas. (5-7) Aquí probablemente terminaba el capítulo en su primera redacción. Luego se añadió un apéndice que se indica la intervención del abad en la ascesis cuaresmal de cada monje. (8-10)
Comienza afirmando que la vida entera del monje debería corresponder a una observancia cuaresmal. Tal sería el “desideratum”, ¿Qué quiso decir S. Benito con estas palabras? No nos apresuremos a juzgarle de excesivamente severo, o de un concepto sombrío que pudiera tener S. Benito de la vida monástica.
Para S. Benito la cuaresma no tiene un rostro triste y macilento. Todo lo contrario, es un tiempo en el que se vive en toda su pureza e integridad la vida cristiana, o por lo menos se intenta seriamente.
Hombre práctico y realista, reconoce que son pocos los dotados de suficiente fortaleza y generosidad de espiritu para mantenerse enteramente fieles al evangelio durante todo el año. Y de ahí que durante la cuaresma, no solo deban tratar de vivir como monjes auténticos sino que es preciso añadir algunas prácticas penitenciales, que compensen, las negligencias cometidas en lo restante del año.
Tal es en suma el ideal cuaresmal para los monjes, portarse enteramente como tales, y borrar con sus prácticas superoratorias las faltas e infidelidades cometidas desde la cuaresma anterior.
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