Sí alguien mientras está trabajando en cualquier ocupación, en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería en la huerta o en un oficio personal, o donde sea comete alguna falta o rompe algo o pierde algo,
o cae en alguna otra falta y no se presenta enseguida al abad y a la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 46,1-4.
En fin, en el cap. 46 el último de esta sección que es como un apéndice del código penitencial, quiere que cualquier falta externa cometida en cualquier lugar y de cualquier naturaleza que sea, deba confesarla el culpable y dar satisfacción.
Es una disposición muy noble. El castigo de las faltas citadas expresamente aquí a guisa de ejemplo: romper algún objeto, perderlo, no constituye ninguna novedad en la legislación monástica. San Pacomio y Casiano lo mencionan. Lo que resulta nuevo es que el culpable tenga que manifestar personal y espontáneamente su falta al abad y a la comunidad bajo la amenaza de una corrección más severa si la falta se sabe por otro.
S. Agustín, establece a propósito del religioso que recibe ocultamente de una mujer carta u otro regalo, si el propio religioso lo confiesa espontáneamente, se le perdonará y se rezará por él. Si el caso es conocido de otra manera, se le castigará con rigor. ¿Tuvo presente S. Benito este texto y generalizó esta norma particular de S. Agustín?
De todos modos esta humilde confesión y satisfacción espontánea que impone la RB constituye una innovación en la tradición monástica escrita que pudo tener S. Benito a la mano. La posible influencia de la práctica de su tiempo y de las tradiciones orales, en este caso como en otros, lo ignoramos totalmente.
El rendimiento de cuentas es un valor benedictino en que está basada toda la vida comunitaria. S. Benito no presume de la perfección en una comunidad benedictina. Las personas tienen días malos, hay espíritus recalcitrantes, otro una educación limitada y en fin, hay periodos difíciles en la vida. Todo esto es tenido en cuenta en una regla cuyo ideal es una búsqueda decidida de Dios. Lo que Benito si que exige, es un sentido de responsabilidad.
De la lectura de este capítulo se deduce que en la vida comunitaria no hay nada que pueda ser ignorado o descuidado. Nada hay en la vida monástica tan poca significativa que tenga derecho a hacerse de cualquier modo, sin pensar. Lo que hacemos cada uno, afecta a los demás en mayor o menor grado. Esto lleva a la necesidad de rendir cuentas y dar satisfacción por lo que no esté bien hecho. La idea de que cuanto hacemos afecta a los demás constituye un concepto de comunidad humana que en la sociedad civil ha desaparecido hace tiempo.
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