Cuando ya estén todos reunidos, celebren el oficio de Completas y ya nadie tendrá autorización para hablar nada con nadie. Y si alguien es sorprendido quebrantando estas reglas de silencio, será sometido a severo castigo, a no ser que lo exija la obligación de atender a los huéspedes que se presenten o que el abad se lo mande a alguno por otra razón. En este caso lo hará con toda gravedad y la más delicada discreción. 42,8-11.
Además del silencio ordinario que quiere S. Benito sea el ambiente propio de un monasterio, hay un silencio más estricto que hay que tener en cuenta en ciertos lugares, como la iglesia, el refectorio, el escritorio. Y el gran silencio propiamente dicho es el de la noche.
S. Benito que para el trabajo o los ayunos toma la mayor discreción y moderación para evitar quejas, elimina aquí toda suavidad y dispone un silencio absoluto bajo las más severas penas. “A partir de completas, nadie tiene permiso para hablar”. No debe dirigirse la palabra a nadie, ni hermanos, ni superiores. Solamente señala dos excepciones bien determinadas para que no se las extienda a otros casos: la necesidad de dar el abad una orden apremiante y la atención de los huéspedes. Y aún en estos dos casos indica que se haga con la mayor reserva y moderación
S. Benito quiere que aquel que quebrantare esta norma de silencio nocturno se le imponga una severa penitencia.
Estas disposiciones de S. Benito nos indican cuanto debemos amar y por consecuencia observar este silencio nocturno. La comunidad entera se sumerge en este silencio de la noche, como tiempo propio de recogimiento y oración.
Es doctrina monástica antiquísima, ya se menciona por primera vez en un texto pacomiano. En la antigua tradición monástica se valoraba mucho la noche con tiempo privilegiado, no solamente para el descanso, sino también para la oración íntima.
Quizás los hombres de hoy no sepamos captar el misterio de la noche, su soledad intensa, la desnudez del espíritu humano y la presencia resplandeciente del Inefable. Deberíamos tratar de encontrar este sentido y así las horas no estrictamente necesarias para el descanso las reservaríamos para la oración del corazón, en un gesto de gratitud, que se convierte en fuente de gracia y de comunión.
Hay algunos que se excusan diciendo que no tienen tiempo para pensar, cosa que favorece el silencio nocturno, pero en realidad lo que falta es calma para hacerlo y este silencio la proporciona. Sin embargo mientras no seamos capaces de mantener un poco de silencio cada día, tanto el externo como el interno, no habrá esperanza de llegar a conocer bien a Dios ni a nosotros mismos.
La misma naturaleza nos da ejemplo de este silencio nocturno. Es un tiempo de reposo que no debe ser turbado por conversaciones. Si prolongamos los trabajos y preocupaciones del día robaríamos a nuestro cuerpo el sueño necesario y nos incapacitamos para la oración del Oficio Nocturno.
Si no tenemos en cuenta esta disposición de la RB del silencio nocturno, nuestro espíritu puede ser turbado con distracciones que impiden el recogimiento necesario para la oración.
Conseguir el recogimiento, es la gran misión del silencio nocturno. La noche está destinada a reparar las fuerzas del cuerpo, pero también a renovar el vigor del alma. La jornada con sus ocupaciones nos puede hacernos desviar más o menos de nuestro objeto, la búsqueda de Dios, que cambiamos por la búsqueda de nosotros mismos, de noticias, de impresiones…Pero la noche con sus tinieblas y silencio nos libera de toda servidumbre temporal y nos devuelve a nuestro centro que es Dios.
El alma debe pasar la noche vuelta hacia Dios que se plenifica en el Oficio Nocturno. La noche es por excelencia tiempo de oración. Durante la noche regaba David su lecho con lágrimas, durante la noche prolongaba Jesús su oración. También durante la noche el monje templa su alma en el encuentro con Dios. La noche es tiempo de salvación cantamos en un himno litúrgico.
Todo esto nos debe llevar a descubrir la importancia del silencio nocturno, tanto para nosotros mismos, como para ayudar a nuestros hermanos en la vivencia de su vocación de orantes.
Sin el silencio no es posible el recogimiento, el alma no tiene el reposo que necesita.
La espiritualidad monástica suele señalar tres actos que son muy recomendables para santificar el silencio nocturno: ejercitarse en la compunción del corazón, que tanta estabilidad de a la vida interior, según el testimonio del Bto. Columba Marmión. Juntamente y como una consecuencia de la compunción es el arrojarse en los brazos de la misericordia de Dios, y reavivar nuestro amor y voluntad de servir al Señor.
Estos tres ejercicios pueden ayudar poderosamente a realizar nuestro camino espiritual. Por no tener suficiente aprecio de la compunción nos encontramos tan secos en la oración, tan ciegos en las cosas de la fe, tan débiles para vencernos.
En el oficio de Completas debemos pedir perdón por las falta de la jornada y que no quede en un mero rito esta petición de perdón litúrgico, al comienzo de las completas, y tomar la generosa resolución de darnos con mayor entrega en el futuro. Así dormiremos en los brazos de la misericordia de Dios.
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