Ante todo y por encima de todo lo demás ha de cuidarse a los enfermos de tal manera que se les sirva como a Cristo en persona. (36, 1)
Este capítulo y el siguiente 37 constituyen una especie de digresión entre el tratado de los servidores de cocina y del lector de semana. La proximidad del tema de la alimentación quizás es lo que lleva a S. Benito a tratar dos tipos de personas que necesitan algo especial en este aspecto: los enfermos y los ancianos o niños.
Este capítulo amplía el tema resaltado la responsabilidad del abad y de la comunidad respecto a los hermanos que sufren los embates de la enfermedad.
S. Benito es consciente del cambio que se puede producir por causa de la enfermedad en la conducta del monje. Ante una prueba que toca tan de cerca, cada uno reacciona según sus reservas físicas, morales y religiosas. Pero mucho también influye el habiente que le rodea.
En esta situación el enfermo tiene el peligro, si no es ayudado convenientemente, a caer en el pesimismo y automarginación.
Ya en capítulos anteriores había salido a relucir elucidado de los enfermos, al hablar del mayordomo, de a los criterios para distribuir lo necesario considerando la flaqueza del enfermo. En este capítulo hace hincapié en el trato de preferencia que debe dispensarse a los enfermos, dando una serie de normas prácticas.
Este breve tratado del cuidado de los enfermos puede considerarse como una de las páginas más logradas de la RB, por no decir la mejor. Tanto se mire del punto de vista literario, ya que su composición es simple, clara y lógica, y su expresión concisa y eficaz, cono desde aspecto legislativo y espiritual, resultando una pequeña obra maestra.
Muchos y hermosos ejemplos pueden recogerse en la documentación legada del monacato primitivo sobre la solicitud con la que cuidaban a los enfermos. Su cuidado amoroso es precisamente un distintivo característico de este monacato.
S. Pacomio ordenaba a los monjes que los mejores manjares que fueran entregados en la portería o adquiridos por los hermanos, se destinarán a los enfermos. Incluso prevé S. Pacomio que los monjes pudieran visitar a sus parientes enfermos en el mundo.
S. Basilio desea que en caso de enfermedad se eche mano a todos los remedios curativos posibles. Hiervas medicinales, medicamentos, (aceite, vino cataplasmas) que deben aplicarse bajo la dirección del médico. La curación del cuerpo es indicio del cuidado del alma.
Todos saben que S. Agustín no se dejaba aventajar por nadie en el cuidado de los enfermos.
Los legisladores del cenobitismo se habían ocupado de este tema con un muy particular interés. Pero en ninguna regla monástica reúne en un solo capítulo un proyecto del cuidado de los enfermos tan completo como el de S. Benito.
Ni S Agustin, ni S. Cesáreo de Arles, ni S. Basilio cuya influencia parece adivinarse en este capítulo, tienen un tratado concreto sobre los enfermos.
Con sus apuntes diversos y esporádicos completado con numerosos toques originales, Benito ha logrado un todo orgánico que es una verdadera creación.
El capítulo se compone de dos partes, con característica propias. Una 1-6, más bien teórica y una segunda 7-9 más eminentemente práctica. La conclusión 10, subraya todavía más el cuidado máximo que ha de tenerse con los hermanos enfermos y enuncia un principio de carácter universal.
Abre el capitulo dos axiomas fundados en la fe y en las palabras mismas del Señor. El cuidado de los enfermos está por encima de todo lo demás. Expresión que no puede ser más absoluta y enérgica. Debe servirse a los enfermos como se serviría a Cristo en persona. El enfermo personifica al “Señor sufriente, el Varón de dolores. Con esto combate la idea de que los enfermos sean miembros inútiles y sin ningún valor en la comunidad. Cita dos textos evangélicos.(Mat, 25. 36,40) “Estuve enfermo y me visitasteis” y “lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mi me lo hicisteis” v.3. Los monjes sanos obrarán en consecuencia, pero también los enfermos. Los sanos se esmerarán en atender a los enfermos. Los enfermos en cambio pensando en los motivos religiosos, no contristen con sus caprichos a los que les sirven, 4. Con todo, aunque no se porten como es debido, habrá que soportarlos sabiendo que la recompensa será mayor. 5
Como en otros casos análogos, S. Benito trata de compaginar los diversos intereses y actitudes de los monjes, atento siempre a salvaguardar la armonía de la relaciones fraternas.
Y como conclusión de todo, se dirige al abad como responsable de est cuidado, ya que su obligación es cuidar con todo esmero no se tengan negligencia alguna en el servicio de los enfermos.
En la espiritualidad benedictina ha de cuidarse a los enfermos con un espíritu de fe que vaya más allá de lo meramente técnico. El cuidado de los enfermos se hace en nombre de Dios, y en la persona de Cristo sufriente. Nada es pues demasiado. No hay que escatimar nada.
En una sociedad sanitaria tecnológica, tenemos que preguntarnos si actuamos con fe. Atención pródiga, profundidad de espíritu y un amor que elimine toda repulsión.
Deja una respuesta