Por encima de todo es menester que no surja la desgracia de la murmuración en cualquiera de sus formas, ni de palabra ni por gestos ni por motivo alguno. (34,6)
El monje que carece de lo necesario se inclinará naturalmente a servirse a sí mismo, a apropiarse lo que necesita, o por lo menos está expuesto a la murmuración.
Pero también es necesario que el monje recuerde su profesión de monje, y que sepa distinguir lo que es verdaderamente necesario, para no mostrarse en el claustro más exigente que lo que era en el mundo. El P. Agustín que muchos años estuvo además de prior, de ropero, refería a este propósito que había experimentado repetidas veces y hasta señalaba nombres, de algunos hermanos llegados al monasterio con abundante ropa y que estaban después contentos con cualquier cosa, sin quejarse nunca, mientras que otros que había llegado con lo puesto, todo era después quejas por no tener lo que se les antojaba como necesario.
La naturaleza, si nos dejamos llevar de ella, no se satisface nunca. Si nos permitimos suspirar por aquello que pensamos ser necesario pero que en realidad es superfluo, si queremos contentar siempre a los gustos naturales, no haremos más que despertar la inclinación a la murmuración.
Para evitar la murmuración hemos de estar vigilantes para que cada uno tenga lo necesario, pero también que se sepa contentar con lo necesario. Incluso es conveniente ejercitarse en saber renunciar a aquello que creemos necesario, ya que es muy posible que en la vida monástica se encuentre el monje en alguna ocasión privado de algo bien sea por olvido, bien por otra circunstancia que el Señor permite para la purificación interior.
De todos modos, si alguno pretende que todos marchen a su ritmo más exigente, está fuera de la visión que tiene S. Benito. Y en lugar de murmurar por las concesiones que le perecen exageradas y que van contra el espíritu de la Orden y murmurar contra los superiores que lo permiten, si tiene buen espíritu lo que ha de hacer es bendecid a Dios que le ha dado la fortaleza suficiente para seguir la vida común sin excepciones.
En cuanto a los que tienen necesidad de dispensas, quiere S. Benito que se humillen, viéndose tratados de modo diferente que los otros hermanos, evitando toda murmuración si en algún momento algo les falta. Así todos los hermanos estarán en paz.
Lo que quiere S. Benito, no es tanto la reglamentación exterior, cuanto la salvación de las almas. Así lo dice en el cap. 41, que el abad ordene las cosas de tal manera de modo que las almas se salven. Lo que quiere es que no se de ninguna palabra ni signo de murmuración. Lo que hagan los hermanos lo hagan sin murmuración. (Cap. 11)
S. Benito quiere que sus hijos sirvan Dios con alegría, y por eso encarga al abad que esté atento para dar siempre lo necesario. Pero para poder llegar a este resultado, es necesario que todo esté presidido por la caridad fraterna. Así también quiere que en las decisiones del Superior siembre domine la bondad sobre la justicia. Que procure ser más amado que temido.
Si el Superior está atento para que todos tengan lo necesario, evitará que los monjes caigan en la murmuración. Pero así como el superior debe tener este cuidado, el monje por su parte debe estar dispuesto a abrazarse con las exigencias de la vida común, evitando así la murmuración, tan temida por S. Benito. “Ante todo que no aparezca el mal de la murmuración por ninguna causa”
Deja una respuesta