El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarlos de los bienes del monasterio (32,1)
A quienes se les ocurra pensar que la vida espiritual es una excusa para ignorar los asuntos temporales, este capítulo les hará ver lo equivocados que están.
La espiritualidad benedictina tiene tanto que ver con el buen orden, con la administración prudente y la limpieza de la casa, como de las realidades espirituales. Ve el cuidado de lo material y la integración de la oración y del trabajo como partes esenciales del camino de perfección monástica.
El cap. 32 es como un complemento de las normas anteriores sobre el mayordomo. Establece que la administración de los bienes del monasterio sea confiada por el abad a unos auxiliares de cuya vida y costumbre esté seguros.
Un tema tan prosaico, tanto el capitulo anterior como este, parece que no podía tener mucho asidero para un comentario. Pero con una lectura atenta, encontramos una buena cantidad de observaciones espirituales, que le dan a esta sección una especie de unidad superior, independiente del tema que trata.
Comparado con el Maestro, Benito da pocas prescripciones reglamentarias. Parece preocuparse menos de detallar las acciones que se deben hacer, que de indicar el espíritu y manera como deben ser hechas. Frente al ordenamiento de los trabajos y ritos a los que daba tanta importancia el Maestro, Benito da preferencia a la preocupación dominarte del bien de las almas.
En parte, por influencia de S. Agustín, Benito se interesa por las diferencias individuales, por los sentimientos íntimos, por las relaciones íntimas de las almas.
Estos capítulos están llenos de humanidad. El largo capítulo del mayordomo, es ejemplar. Hace el retrato moral de este personaje con una especie de predilección. Ve en él a un oficial con atribuciones más amplias que la simple distribución de los alimentos y hace del mayordomo una especie de prototipo de todos los oficiales encargados de lo material, a los que hace referencia en el comienzo de este capítulo.
Pero no basta con captar el contenido psicológico y moral de estos capítulos. Ofrecen un gran interés para la comprensión de la vida cenobítica, y de sus estructuras, resaltan el sentido que tiene el “servicio” dentro de la comunidad.
Según la opinión de algún comentarista, este capítulo 32 no necesita explicación. Pero si que podemos hacerle materia de ponderación.
Vemos que S. Benito tiene un gran aprecio por todos los objetos que pertenecen al monasterio, y quiere que todos los monjes tengan por ellos el mismo cuidado con el que tratan los vasos sagrados. Todos los objetos del monasterio, los considera como algo que es del Señor. De aquí que los hermanos encargados de los libros, los útiles, instrumentos y herramientas de cultivo, vestidos, deben conservarlos en buen estado, cuidadosamente y tenerlos inventariados, recordando que son como el mobiliario de Dios.
Este cuidado se ha de encomendar a hermanos virtuosos. El abad no les da un mandato absoluto con pleno poder para obrar a su gusto, sino que ha de estar de alguna manera regido por la obediencia.
El espíritu de pobreza también se manifestará en el cuidado con que se tratan todos estos bienes. El espíritu de obediencia y pobreza pueden ser un indicador del nivel espiritual de un monasterio.
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