365.-Misión del mayordomo.

publicado en: Capítulo XXXI | 0

 Estará al cuidado de todo, no hará nada  sin orden del abad, cumpla  lo que le mande,  no entristezca a los hermanos, cuide con todo desvelo de los enfermos,  los niños, de los huéspedes, de los pobres como quien sabe con toda certeza que en el día  del juicio ha de dar cuenta de todos ellos. (31, 3-5.)

Ha de cuidar con toda solicitud pues un encargado de un empleo corporal no debe hacer cálculos con el sacrificio que le supone el cumplimiento de su misión. Debe velar cuidadosamente de todo lo que el abad ha dejado bajo su cuidado. Como un estímulo para no desfallecer le recuerda que ha de dar cuenta el día del juicio de todo ello.
El abad le ha encomendado parte de su responsabilidad y él ha de responder de las negligencias que puedan sufrir los enfermos, si es enfermero, de los descuidos en el servicio de los huéspedes y pobres si es hospedero, y también de todo el bien que hubiera podido hacer y no ha hecho por descuido y negligencia.
Si por su causa los hermanos caen en murmuraciones  o se sienten escandalizados, también tendrá que responder ante el Señor de esto. Y por esto S. Benito insiste en la solicitud que ha de tener el mayordomo sobre todos los detalles de su empleo. Esto implica que no se pueden hacer las cosas de cualquier modo. Ni descuidar estos deberes del cargo para ocuparse en aquellas cosas que más nos agradan.
Algunas veces se observa no sin asombro, que los seculares, son más diligentes o dóciles en el ejercicio de los trabajos que les son confiados que algunos monjes.
Por lo general, en la vida secular se trabaja por dinero y esta motivación les lleva a realizar sus trabajos diligentemente. Nosotros que trabajamos por una motivación más alta, también deberíamos ser más diligentes. Si no es así, es señal de que no estamos suficientemente penetrados de esos motivos. Reanimando la fe, se reanimará también el celo por el fiel cumplimiento de nuestros deberes materiales.
Después de  recordarnos   los juicios de Dios,  motivo de suyo poderoso para prestar atención a nuestros deberes, S. Benito  nos sugiere otro pensamiento, también muy eficaz para un  monje que realmente busca a Dios.  Que todos los muebles y bienes del monasterio  son propiedad de Dios y por ello tiene que ser considerados y tratados como “vasos sagrados”.
Si este motivo de fe  lo tuviéramos siempre presente en nuestro actuar, podríamos la mayor atención incluso en las cosas pequeñas.
No trate nada con negligencia. El amor al dinero, por grande que sea, no puede tener para excitar el celo un poder comparable con estos pensamientos sobrenaturales que S. Benito ofrece.
El mayordomo no sea pródigo ni avaro. Rehusar lo necesario a los que le piden y reduciendo al máximo los alimentos de la comunidad o el socorro de los pobres, sería una deplorable avaricia. Pero prodigar más allá de lo conveniente por complacer, dejar por negligencia que las cosas se pierdan o deterioren, es otro vicio no menos culpable.
Dispensadores de los bienes de Dios, no nos está permitido dilapidarlos sin cometer una veradera  injusticia. De aquí el celo de tantos buenos religiosos de no perder nada en la casa  de Dios, para utilizarlo todo. No era la avaricia la que los dirige, es el espíritu de fe que les permitía ver en todo objetos sagrados de Dios.

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