Si un hermano ha sido corregido frecuentemente por cualquier culpa…y no se enmienda, se le aplicará un castigo más duro y si aún así no se corrigiere, el abad tendrá que obrar como todo médico sabio. 28,1-2.
Más de una vez me pregunto si merece la pena el comentar estos capítulos del Código Penal, que no tienen actualmente aplicación.
Como ya he dicho en ocasiones anteriores, si literalmente no tienen aplicación, si que tiene importancia el espíritu que la doctrina de S. Benito manifiesta y que actualmente se puede aplicar este espíritu a los casos que la experiencia deja claro que siempre se dan en casi todos los monasterio, religiosos problemáticos, difíciles, que bloquean la vida de comunidad y son motivo de escándalo para los débiles.
En este capítulo se trata de aquellos que corregidos, castigados, y reconciliados, vuelven a las andadas, y no por mera flaqueza humana.
S. Benito ve en los que así obran que no tienen una idea adecuada de lo que significa la excomunión que han sufrido, y por eso en éste primer párrafo manda azotarlos. El castigo corporal lo reserva S. Benito para los duros de cabeza y de corazón, que no dan importancia las penas espirituales.
De nuevo indica al abad que tome ejemplo de un médico hábil para aplicar los remedios convenientes en cada caso. Pero si todo ha sido en vano, queda un remedio más eficaz que los anteriores, recurrir al auxilio de la gracia de Dios mediante la oración tanto del abad como de los hermanos, antes de expulsarle del monasterio.
En todo el código penal, pero de modo particular en este capítulo 28 destaca el equilibrio de S. Benito, que es la fuente de su discreción.
Este equilibrio se aprecia en toda la regla, pero en el código penal, destacan dos elementos que hay que saber conjugar: problema y misterio del hombre.
Toda vida tiene estos dos componentes, y por lo tanto la vida cristiana y su forma monástica. Por no distinguir estos dos elementos se han producido muchas equivocaciones de signo completamente distinto.
El querer resolver los problemas a golpe de misterio, ha llevado a posturas desencarnadas, desarraigadas, a espiritualismos falsos. Por otra parte el dejarse ahogar por los problemas sin tener en cuenta el misterio, ha llevado a un naturalismo vació, que termina en desánimo.
S. Benito acepta a los hombres como son, de diversos temperamentos, edades, culturas, aconsejando al abad que se acomode a muchas maneras de ser, adapte a todos, que obre según el temperamento e inteligencia de cada cual. Esto quiere decir que quiere que el problema que le plantea el hombre lo trate como problema, poniendo todo su cuidado en emplear los medios más convincentes para resolverlo, y así le anima en este capítulo a obrar como médico prudente y sabio para solucionar el problema.
Si después de todo esto, ve que nada puede su maña, que recurra al mejor remedio, la propia oración y la de los monjes, a fin de que el Señor que todo lo puede sane al hermano enfermo. Con estas palabras nos introduce en el misterio. El misterio de la fe en la oración. El misterio del amor todopoderoso de Dios.
Nos puede asaltar una pregunta. ¿Por qué S. Benito no dice al abad en primer lugar que ore por el hermano enfermo desde el principio, ya que él mismo confiesa que la oración fraterna es el mejor remedio?
Podría ser por un respeto infinito hacia Dios y hacia el hombre. Por su fe en Dios y en el hombre, que es el hermano culpable, el abad, y los monjes.
No se puede construir sobre arena, y su realismo sano le hace comprender que si no pone al servicio del hermano todos los medios con los que Dios le ha enriquecido, es una trampa. Y la trampa por muy espiritual que sea ni se sostiene ni sostiene.
De todas maneras, el refugio a Dios no es un recurso de última hora. Es necesario que la oración esté siempre presente en todo proceso, pues el hombre no es problema ni misterio a ratos, es problema y misterio unidos constantemente. Y siempre será necesario tratarle como lo que es. Trabajo y oración debe de ir juntos, sin que la oración exima del trabajo, ni el trabajo haga olvidar a nadie la oración. Es necesario agotar todas las oportunidades, y cuando le parece que no hay nada que hacer en sagacidad y maña, cuando toque los límites de las posibilidades humanas, no le dice que comience entonces a orar, sino que le indica que entonces se ponga totalmente en las manos de Dios que lo puede todo.
A este propósito, dice S. Bernardo:”Si sucede por desgracia que uno de nuestros hermanos viene a morir, no corporalmente sino espiritualmente, mientras esté aún en medio de nosotros, yo no cesaré de pedir con mis pobres oraciones y las de mis hermanos. Si no merecemos ser oídos y ha comenzado ya a sufrir en la tierra la desgracia que no puede soportar el viviente, yo continuo aún orando y gimiendo, aunque con menos confianza. No me atrevo a decir: Ven Señor resucita nuestro muerto. Y no obstante mi corazón vacila y del todo temblando no ceso de exclamar. Y sin embargo ¿quién sabe? Quizás escuche Dios el deseo de los pobres…Si el Señor quiere, puede encontrarse sobre el camino, tocado por las lágrimas de los portadores, puede devolver la vida al muerto. Hasta en la tumba podría llamarle entre los muertos”
Como hijos de S. Benito y S. Bernardo, tengamos este celo por la salvación de nuestros hermanos.
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