Efectivamente el abad debe desplegar una solicitud extrema y afanarse con toda sagacidad y destreza para no perder ninguna de las ovejas que le han sido confiadas. 27,5.
En la segunda parte de este capítulos (5-9) el médico se trasforma en pastor. Que no debe perder ninguna de las ovejas confiadas a sus cuidados. Imitar al único Buen Pastor, cuya infinita ternura le impulsa a salir por montes y barrancos en búsqueda de la oveja extraviada y llevarla así al rebaño sobre sus sagrados hombros.
Es notable la fuerza con la que la RB resalta el aspecto real, auténticamente humano de la misión del abad. No hay que hacerse ilusiones. Ciertamente, sobre todo en una comunidad numerosa, que se encuentren algunos verdaderos santos, bastantes llevan una vida digna de su vocación, pero el abad tiene por principal misión asistir a los moralmente enfermos, ya que los que gozan de salud, no necesitan médico.
El monasterio no es un coto cerrado de cristianos perfectos. Decididamente la RB siempre está de parte de los débiles, enfermizos, de los que más necesitan de comprensión y ayuda.
El monje recalcitrante no es una excepción. Por ello prevé todo un programa de actuaciones para conseguir la conversión. Quiere que al monje vacilante sea atendido y en cuatro palabras describe las cualidades que deben tener los consejeros que le ayuden a reflexionar.
Dice que deben ser elegidos entre los hermanos “fratres”, es decir entre los compañeros del desviado, que le sean especialmente amados, que sabe de antemano que quieren su bien. Deben ser sabios: ”sapientes”, capaces de dar un buen consejo. Deben ser ancianos:”seniores” para que sus consejos sean fruto de la experiencia, y así tendrán más peso y eficacia. Y en fin, debe excluir toda apariencia de mensajeros oficiales y emplear un lenguaje de amigos. No dirán que son enviados por el superior:”ocultos”, y manifestar al culpable el más tierno afecto.
Quien no admirara este espíritu que manifiesta S. Benito con la finalidad de sanar al hermano obstinado en el mal. Es la caridad misma que nuestro Señor describe en las parábolas de la misericordia. Es lo que hace el Divino Maestro con cualquiera de nosotros cuando nos encontramos en malas disposiciones. Nos hace llegar sus consuelos y sus alientos por vías desusadas y con una delicadeza admirable.
Jesús dice que el buen pastor anda tras la oveja, hasta que la encuentra. Así quiere S. Benito que se porte el superior con el monje extraviado. Quiere que se le busque con ardor y por todos los medios: caritativas advertencias, reprensiones paternales, insistentes exhortaciones, castigos amorosos, alientos, pues ese hermano ha costado la sangre de nuestro Señor. Esa alma además le ha sido confiada por el Divino Pastor que le pedirá cuentas un día.
Si no logra recuperarle por ninguno de estos caminos, le buscará por la oración, ofrecerá la misa por la oveja perdida, y terminará un día u otro por encontrarla. Entonces su alegría será grande, como la de los ángeles del cielo en la conversión del pecador.
Una vez encontrada es necesario volverla al redil. El Buen Pastor tiene compasión de su debilidad, hasta tal punto que la carga sobre sus hombros. El alma así recuperada es débil en sumo grado y es necesario que la ayuden a recorrer el camino.
Contrasta poderosamente la paciencia y la misericordia de S. Benito, con la actitud del Maestro en circunstancias semejantes. Al monje obstinado que se mantiene en su postura rebelde y no quiere dar la satisfacción que se le pide, el Maestro le manda azotar y expulsar del monasterio al cabo de tres días.
S. Benito no señala plazo alguno, es más no prevé un fin desgraciado. Confía que finalmente se convierta, vencido por la gracia, la solicitud del abad y la caridad de todos los hermanos.
La imagen del buen pastor con la que se cierra el capítulo parece insinuar un desenlace feliz.
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