Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, soberbio, murmurados o infractor de alguno de los preceptos de la santa regla o de los preceptos de los ancianos, y demuestra con ello una actitud despectiva, siguiendo el mandato del Señor, sea amonestado por los ancianos por primera y segunda vez. 23,1-2.
Empieza el código penal enumerando una serie de faltas más o menos graves, pero ninguna ciertamente leve, si se sitúan dentro del marco de la comunidad cenobítica, que es donde se manifiestan.
No se trata de una negligencia pasajera, de alguna infracción esporádica, sino de faltas habituales, de vicios, la contumelia, la desobediencia sistemática, la soberbia, la murmuración y en general, el desprecio de la regla y de los superiores.
Son vicios que dañan gravemente no sólo a los que se dejan dominar por ellos, sino a la vida misma de la comunidad. Con estas conductas no se puede contemporizar. Se los aplicará la ley dada por Cristo: “Si tu hermano te ofende…”Mat. 18,15-16. Este precepto del Señor, en el monasterio reviste la siguiente modalidad: amonestaciones privadas a cargo de ancianos, la tercera amonestación delante de la comunidad y en caso de pertinacia, la excomunión o castigo corporal si el obstinado no alcanza a comprender el sentido de la excomunión.
Según una expresión de S. Bernardo, los monasterios son verdaderos hospitales, donde se encuentran todas las enfermedades humanas, para buscar remedio y curación. Siempre habrá ovejas enfermas en el rebaño del Señor. Lo importante es que no se establezcan enfermedades incurables, que no pueden permanecer en el monasterio. Serían un peligro para los demás
Hay enfermedades ligeras que provienen de la debilidad más que de la mala voluntad. Queremos santificarnos, pero a veces descuidamos nuestros deberes, o sucumbimos en esa ocasión. Pero apenas cometida la falta lo sentimos amargamente y nos apresuramos a repararla.
Pero hemos de tener en cuenta que nunca desaparecerán este tipo de faltas en nuestro vivir cotidiano. Es la ocasión de utilizar estas miserias para profundizar en humildad y confianza.
Hay enfermedades graves, las que hace referencia al comienzo de este capítulo. Son las faltas que provienen no de la debilidad, sino de la mala voluntad, y por consiguiente atacan los fundamentos de la vida religiosa. S. Benito las detalla: la terquedad obstinada en las ideas o en el modo de obrar, la desobediencia voluntaria a una orden bien conocida, el orgullo que resiste y no quiere ceder o responde con insolencia, la murmuración que se queja, que condena esparciendo el veneno entre los hermanos.
Estas falta S. Benito no las soporta en el monasterio sin buscar la corrección. Quiere que sean perseguidas inexorablemente con dulzura y con firmeza.
Una enfermedad, por grave que sea, puede ser curada aceptando el remedio pertinente. Pero se hace pestilencial y mortal si la mala voluntad se cambia en obstinación persistente.
La obstinación y la contumacia son un verdadero azote en el monasterio. Y no digamos nada de la murmuración que tantas veces atematiza S. Benito y de la que Sta. Teresa, tiene palabras durísimas.
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