352.- Código penal. Cap. 23-30

publicado en: Capítulo XXIII | 0

De todas las partes de la Regla, la que ahora abordamos es la menos actual. Desde hace tiempo, la excomunión y los azotes han caído en desuso. Por otra parte la práctica de las penitencias, acusaciones y satisfacciones, están desapareciendo en muchas comunidades.
Esta disminución de las medidas represivas y de los gestos  penitenciales, va acompañada con un sentimiento de turbación al leer estos capítulos  del Código Penal de la RB.
No solamente los castigos corporales parecen bárbaros e infantiles, sino que se problematiza el mismo principio de la represión. Este  principio repugna al humanismo contemporáneo, así  como cualquier coacción abierta. La libertad, la responsabilidad y la dignidad personales parecen exigir que cada uno cumpla con su deber y se someta a la ley común por propia voluntad, según su conciencia,  no bajo la amenaza de una sanción.
Para reparar los deslices y sostener las buenas voluntades vacilantes, se cuenta más bien con la ayuda mutua fraterna y el calor  comunitario, que de un código penal.
La RB separa el código penal del código litúrgico con dos cap. 21 y 22. Aparece  el núcleo compacto de la corrección de los monjes por las faltas cometidas. El código penal comprende los capítulos 23 al 30.
La división de estos capítulos parece ser bastante ficticia. El título genérico de 23, “De la excomunión de las faltas” corresponde a  un texto único que ahora lo forman los capítulos 23 al 25, al que tal vez hay que incorporar  el 26 como una simple nota adicional.
En todo caso el cap.  25 como lo denota la frase como comienza, formaba parte del 24. Ambos junto con el 23 parece que son anteriores a la redacción de la Regla. Los cap. 27-29 están íntimamente ligados entre si, Es como un drama en tres actos. El capítulo 30 tiene entidad propia. En los anteriores se considera a monjes adultos, mientras que en el 30  se trata de la corrección de las faltas de los niños y adolescentes.
Tal como  nos ha llegado el Código Penal, forma un sistema claro, coherente, bien ordenado, armonioso. Tiene un fuerte contraste con el de la RM en su orientación. El espíritu que anima ambas legislaciones es así mismo bastante diferente. En la RB no tiene cabida la vindicta, como en la RM, ni tampoco la justicia por la justicia. Domina la solicitud, el interés más entrañable por el hermano delincuente, rebelde.
El drama  en tres actos de los cap. 27-29 cosntituye una verdadera pastoral de pecadores endurecidos, impenitentes (27), reincidentes (28) y apóstatas (29).
Para Benito, toda sanción grande o pequeña, tiene un carácter medicinal. Persigue la extirpación de los vicios y la salud de las almas. Sus procedimientos penales se adaptan a esta finalidad, presentándose en forma sobria y discreta, aunque a veces parezca desproporcionada y cruel para nuestra sensibilidad.  Por esto, al leer estos capítulos en la RB, nunca debemos olvida situarlos en su contexto histórico, el siglo VI, sobre todo al tratarse de temas como el  de las penas y castigos.
Al leer este Código penal, en el momento presente no nos tenemos que fijar  en las penas impuestas  por determinadas faltas, que estas son propias de la época histórica, sino en las faltas que señala como dignas de castigo, para descubrir los obstáculos que pueden presentarse, tanto en el siglo VI. como actualmente en nuestra vida monástica, para alcanzar la finalidad de la misma, la unión con Dios en el amor.
Posteriormente, se completará este  código con los capítulos 43 al 46, donde trata  sobre la satisfacción de las faltas.
La Regla establece una serie de normas, y deja su aplicación a  la prudencia del abad, ayudado por sus colaboradores.  Pero sobre todo, hay que tener muy presente para  situar debidamente este código, los dos directorios del abad, cap. 2 y 64 así como otros pasajes de la regla  que hablan de la corrección.
Sería un error dejarnos impresionar por estas impresiones negativas que ciertamente manifiestan la dureza de las relaciones humanas  en la sociedad contemporánea de S. Benito, hasta el punto  de olvidar la gran sabiduría que hay en los planteamientos  de fondo, de estos capítulos.
La mejor expresión como síntesis, la encontramos en el cap. 64 que viene a ser la descripción del espíritu evangélico que ha de inspirar la aplicación de las normas de corrección, que S. Benito confía especialmente al abad. Es un capítulo de humanismo conmovedor: “Que siempre haga prevalecer la misericordia sobre la justicia, de modo  que obtenga lo mismo para sí. Aborrezca los vicios y ame a los hermanos. Y en la corrección obre con prudencia y no sea extremoso en nada, no sea que queriendo  raer  demasiado la herrumbre  se rompa la vasija. Tenga siempre a la vista su propia fragilidad y recuerde que no debe quebrar la caña cascada. No queremos decir que con esto  que deje crecer los vicios, sino que ha de extirparlos con prudencia y caridad, según viere que conviene a cada uno.”
Son unas expresiones bellas e intensas donde se trasparenta el espíritu de S. Benito. Por eso sería un error pasar de largo por el Código Penal sin  caer en la cuenta  que S. Benito lo que quiere asegurar primordialmente dos aspectos fundamentales  para la escuela del servicio divino.
1º Que la comunidad  sea un marco estimulante para el desarrollo  de la opción monástica.  Sin corrección viene la dejadez, domina el tono gris y el desánimo. Son indispensables  unas señales que indiquen que el camino sube hasta las cimas.
Los pequeños, los débiles no deben ser víctimas de los malos ejemplos de los que no son fieles.  Más que coaccionar las conciencias con el temor al castigo, se trata  de despertar los espíritus  hacia la autenticidad  sin  permitir que el ideal se desdibuje por la rutina y por la falta de generosidad.
2º Que cada persona se sienta querida y valorada. Cuando uno falla, experimenta la necesidad profunda  no solo de que se le advierta, sino que se le tenga en cuenta con amor. Que la corrección sea señal de amor, de esperanza con respecto al culpable a pesar de sus inconsecuencias, de su endurecimiento, o sus reincidencias.
La acción de los responsables de la comunidad se combina con  la acción misteriosa de Dios que todo lo puede. La expresión más intensa de esta realidad viene dada por  la oración a favor  de los hermanos vacilantes.
Si tenemos  en cuenta estos aspectos realmente importantes de la escuela del servicio divino, podemos acercarnos al texto del Código Penal, y encontrar sugerencias preciosas para la vida actual de los monasterios.
Su pueden resumir estas sugerencias en los cuatro puntos siguientes:
1º. Tanto si se trata de la misión específica del abad como de la corrección fraterna, la actuación se ha de fundamentar en el aprecio de cada persona. “Aborrezca los vicios y ame a los  hermanos”
2º S. Benito antepone los medios  espirituales a las formas corporales de corrección.  Ante todo busca sensibilizar al culpable para que recupere el sentido de pertenencia a la comunidad.
Los castigos corporales los propone solo para aquellos que no son capaces de reaccionar con  la pedagogía de la excomunión.
3º.- S. Benito sugiere al abad y a los monjes, la plegaria  por encima de todos estos medios.
4º.- S. Benito es un pedagogo que valora  la eficacia de los gestos concretos, para que los hombres  se mantengan atentos y fieles al ideal que han abrazado.  En este sentido hay que interpretar las minuciosas descripciones respecto  a la falta de puntualidad al oficio divino, al comedor,  la satisfacción por las equivocaciones en el coro. En todo ello hay una valoración profunda de la comunidad por una parte y por otra de un conocimiento práctico de la flaqueza humana. Necesitamos medidas concretas que nos  espabilen  para salir de la rutina y la mediocridad.
S. Benito procura que sus discípulos se mantengan atentos a la delicadeza y atención a los demás y en una vivencia constante de la presencia de Dios.  
¿Cómo se han de vivir estas  enseñanzas  y normas en la vida actual? En primer lugar relacionarlas con el objeto final de la vida  benedictina, tal como Benito la describe al final del cap. 7. La caridad perfecta, gracias a la cual el monje viva sin temor y haciendo todo por amor a Cristo. Este ideal tiene hoy plena vigencia. Una comunidad que busca  sinceramente este objetivo, será colectivamente una escuela de libertad, en la que la vida no se asegura por medio de un código penal, sin por la responsabilidad de cada miembro de ella, que se somete de buen grado a las reglas de juego de la comunidad, debido a la convicción que tiene del amor.
Evidentemente, en un momento de debilidad, la ayuda principal no ha de  venir del miedo, sino de la  solidarida fraterna, que se manifiesta sobre todo con el  ejemplo, la oración y la corrección fraterna, que ciertamente es la cosa que más nos cuesta.
De cara a esta ayuda fraterna, es precisamente  donde la enseñanza de S. Benito en estos capítulos ofrece a uno una gran riqueza de sugerencias llenas de  espíritu evangélico y de humanidad.
Encontramos en esto una llamada  a no dejarnos llevar  ni respecto a uno mismo, ni respecto a los demás, por una especie  de indiferencia, que es el gusano principal de la vida comunicaría. S. Benito no nos quiere esclavos de la minuciosidad, pero si delicados y elegantes en el espíritu. Para esto es necesario una vigilancia, una  atención sostenida por el amor. Que nos hacen estar constantemente disponibles para Dios y los hermanos.
La dureza  que de entrada encontramos en estos capítulos es una pedagogía, un lenguaje de un tiempo determinado, que conduce a una vida  responsable, llenad de libertad y de gozo,  en la que el corazón purificado de vicios y pecados por el Espíritu Santo, domina únicamente el amor.
Dentro de una gran paciencia y comprensión para las debilidades físicas o morales del hermano, se sabrá escoger  el momento oportuno para ofrecerle una palabra de comunión y de corrección, con humildad y estima del otro. Este respeto hacia el hermano, en quien vemos a Cristo presente y paciente dará la medida de la corrección fraterna. De ningún modo sea el modo de descargar  la impaciencia propia, sino un gesto fraterno que mira al bien del hermano. Ayudándole así a madurar y encontrar el camino de fidelidad.
Este mismo espíritu de fe que ve a Cristo en el hermano, hará que nuestra boca esté cerrada a toda murmuración o comentario amargo hecho sobre todo a espaldas del hermano.
Este mismo espíritu de fe y respeto  nos hará comprender  las excepciones que en comunidad pudiera  tener algún hermano a causa de un momento difícil, que no conocemos a fondo. Obrar de otro modo, no sería guiarse del buen celo del que habla S. Benito.

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