– Mas en la oración en común abréviese en todo caso, y cuando el superior haga la señal para terminarla, levántese todos a un tiempo. 20, 5.
Ya hemos indicado días pasados, que este capitulo 20 se refiere a la oración silenciosa que se hacía después de cada salmo.
En el párrafo 4, decía en la conferencia anterior, que S. Benito anotó una observación a cerca de la brevedad de la oración privada fuera del oficio. Pero en este párrafo 5 vuelve a tratar de la oración silenciosa que seguía a cada salmo.
Quizás recordó un detalle que señala Casiano, y lo añadió a este capítulo: Que la oración en comunidad no debe alargarse nunca, sino que debe cesar cuando el superior da la señal para levantarse.
Evidentemente este pasaje de Casiano se refiere a la oración sálmica. El Maestro por su parte, en el lugar paralelo, habla de la oración silenciosa que acompaña a los salmos.
Precisamente, respecto al Oficio Divino, el Maestro ilumina a la RB. Leyendo solo la RB no sospechamos que el Oficio monástico estuviera compuesto de salmos y oraciones. De estas oraciones no han quedado señales en el Oficio moderno tanto monástico como romano. Cierto que como consecuencia de la reforma litúrgica se han introducido momentos de silencio, pero no ha tenido la profundidad de la oración sálmica antigua.
Esta oración sálmica era una pieza esencial, o por mejor decir, la misma esencia de la oración litúrgica antigua. Cada salmo del oficio terminaba con un tiempo de oración silenciosa, en la que los monjes se levantaban y se postraba para orar hasta que el superior daba la señal.
La RB por causa de su extremada concisión, apenas nos permite sospechar este hecho capital, pero la RM por su parte no deja ninguna duda sobre su existencia.
Este hecho cuestiona toda la concepción del Oficio a la que estamos acostumbrados. En efecto los comentarios modernos de la RB están de acuerdo en identificar el Oficio con la recitación vocal. El Opus Dei de S. Benito, tal como lo presenta en su Regla, consistía en una sucesión de salmos. Los elementos secundarios de la salmodia, como versículos, himnos, responsorios, cánticos, letanías… no hacen más que reforzar la impresión de que el Oficio es una secuencia de textos dichos en voz alta. El Oficio aparece como una sucesión de fórmulas recitadas.
Por ello la interpretación habitual quería ver en estos dos capítulos, 19 y 20, dos tratados distintos. Uno sobre la oración comunitaria y otro sobre la oración privada. Por un lado la oración litúrgica compuesta de una secuencia de textos fijados por la costumbre o la Regla y pronunciados en alta voz. Y por otro la oración privada, fuera del Oficio, que hace cada uno en silencio, bien sea solo o en grupo. Pero esta opinión es equivocada. Los dos capítulos estudian alternativamente los dos elementos esenciales de la Obra de Dios: el salmo y la oración, en el mismo orden en que se suceden a lo largo de las celebraciones.
El hecho de que la RB haya deslizado en el párrafo 4 lo referente a la oración particular fuera del Oficio, no cambia la orientación de este capítulo, que trata de lo que podemos llamar su mismo centro.
Con esto entra en juego toda la concepción moderna del Opus Dei, pues en la espiritualidad antigua no era una simple recitación de textos, sino que la oración silenciosa jugaba un papel importante en él, a juzgar por la longitud de la oración que el Maestro pone en boca del excomulgado durante el silencio que sigue a cada salmo. Cada oración podría durar alrededor de minuto y medio. Es decir se dedicaba a la oración silenciosa un tiempo a menudo igual al correspondiente al salmo. Por eso cuando en caso de necesidad, el Maestro indica el modo de abreviar el Oficio, lo primero que se indica es suprimir dos de cada tres oraciones.
No tenemos que perder de vista estos hechos cuando vemos en Casiano, el Maestro y en Benito que la oración debe ser breve. Esta brevedad totalmente relativa, no impide que las oraciones sean ya, un elemento importante de las celebraciones.
Pero esta amplitud cuantitativa traduce solo e imperfectamente el significado espiritual reconocido a la oración sálmica. Esta significación aparece más clara por la intensidad que se requiere en el orante.
Mientras que en la salmodia solo pide una actitud respetuosa y un espíritu atento, la oración sálmica exige un intenso esfuerzo de súplica. Y para este acto se movilizan todas las energías del cuerpo y del alma: las lágrimas corren, los suspiros se escapan, las manos se extienden para asir los pies de Cristo. Así de este modo, la oración aparece no como un descanso después del salmo, sino como un redoblar el esfuerzo. Hasta las mismas actitudes externas, invitan a ver en ella el acto central del Oficio. Se esta sentado escuchando el salmo, pero se levantan y se postran para hacer la oración. Se salmodia de pié pero la oración se hace postrados. Tanto interna como externamente, la oración constituye el coronamiento del salmo, ya sea ocupe el lugar del Gloria, como era el caso habitual en Egipto, o que comience con el gloria, como es el caso del Maestro.
La oración sálmica está íntimamente relacionada con la gran doxología trinitaria, tanto por su ubicación al final del salmo, como por su significación particular de homenaje y de adoración.
Pero aún es poco reconocer en la oración sálmica el tiempo fuerte y la cumbre del oficio. Hay que profundizar más hasta comprender que ella y solamente ella es propiamente la oración del Oficio.
Salmodiar no es de suyo orar. Cierto que muchos salmos son oraciones, pero también hay un gran número de diferentes géneros: elogios al hombre que teme al Señor, meditación sobre el destino del justo y del malvado, oráculos mesiánicos…Nada de eso es en sí mismo oración propiamente hablando. Incluso los salmos de alabanza se presentan como algo dirigido a los hombres y no como discurso dirigido a Dios.
Es notable que el Oficio monástico tal como lo describe s. Benito, no tenga en cuenta estas diferencias de géneros de los salmos, salvo en Laúdes y Completas. Los demás Oficios están compuestos de salmos seguidos. Es un desorden total. No hay ninguna preocupación para reservar para el Oficio los salmos propiamente oracionales. Es más, si examinamos las antífonas de los oficios, tanto romano como monástico, no encontramos una preferencia por las palabras dirigidas a Dios. Se mezclan palabras dirigidas a los hombres o simples enunciados impersonales.
Esto indica que la salmodia en cuento tal, no ha sido concebida como oración. Sin duda es considerada globalmente como un canto que sube hasta Dios. Se canta el salmo al Señor, dice Casiano. Pero a nadie se le ocurría dar al salmo el nombre de oración, ni ningún otro nombre que signifique oración.
La oración por tanto no consiste formalmente en la salmodia, sino en la plegaria, la oración sálmica. ¿Cuál es entonces el papel propio de la salmodia en el Oficio? El de una preparación para la oración, el de una invitación a la plegaria.
Una observación hecha anteriormente sobre la distribución de los salmos, adquiere aquí toda su importancia. Observamos que los salmos se dicen ordinariamente seguidos en el oficio benedictino, sin ninguna selección. Este sistema de recitación seguida del salterio, hace pensar en la lectio continua de la Biblia, que ocupa gran parte de la lectura del monje durante el día y constituye el fondo de las lecciones de las vigilias nocturnas. El salterio, como cualquier libro de la Escritura es ante todo palabra de Dios, escrito inspirado. Por este motivo, el salmo precede a la oración. Antes de dirigir la palabra a Dios en la oración, escuchamos la palabra que Dios dirige al hombre.
Es imprescindible hacer penetrar hasta el fondo del corazón la palabra divina, de modo que los vanos pensamientos de este mundo, no puedan quitarla de la mente.
La oración sálmica es en primer lugar meditación del texto escriturístico. La palabra divina así meditada y asimilada da origen a oración. ¿De que sirve salmodiar con fe, si después de terminada la salmodia descuidamos suplicar a Dios? Por eso cada uno, cuando termine de salmodiar, ore y suplique al Señor con toda humildad a fin de que lo que ha pronunciado con la boca procure cumplirlo con la ayuda de Dios en su proceder.
Estos dos actos, salmodia y oración, que nuestro análisis distingue tal vez rigurosamente, pueden desarrollarse simultáneamente. Se medita orando. La escucha de la Escritura debe preceder a la oración y engendrarla, porque esta es la respuesta del hombre al verbo de Dios.
Esta ley de diálogo en la que Dios tiene siempre la iniciativa, es la que rige la más antigua oración de la Iglesia, la synaxis en la que las lecturas preceden a la oración de los fieles y a la plegaria eucarística.
En el Oficio de los monjes se produce este mismo binomio de salmo-oración, toma esta estructura del culto cristiano desde el siglo II heredero de la oración judía.
Escuchar la voz de Dios en el salmo es el preámbulo necesario para la oración. El salterio en su totalidad de escrito inspirado es la palabra de Dios a los hombres. También abunda en oraciones de los hombres a Dios. Evidentemente, es esta particularidad lo que le ha valido ser elegido entre todos los libros de la Biblia para alimentar la oración cristiana.
Dios mismo al hablar enseña al hombre a responderle. A la voz divina que llama, responde ya en el salmo la voz humana que alaba y suplica.
Esta doble riqueza de los salmos, es quizás una de las causas más profundas de la desaparición de la oración sálmica. Pues después de lo dicho sobre su importancia, puede parecer extraño que haya desaparecido totalmente del Oficio.
Este fenómeno se explica también en gran parte, por el horror al vació que constatan por todas partes los historiadores de la liturgia. Generalmente el silencio es algo frágil que resiste menos que las fórmulas al descuido de los hombres y al desgaste del tiempo.
Haber recitado el salmo, era ya haber orado. Cuanto más se hacía resaltar este aspecto de la salmodia, menos indispensable parecía la oración. Así el salmo, destinado primitivamente a suscitar la oración, pudo ser considerado como un sucedáneo válido y como una oración suficiente en sí misma.
De otra manera no nos explicaríamos que la oración monástica haya perdido el acto esencial, que le confería su carácter de oración.
La generalización de la recitación del gloria al final de los salmos, ha facilitado esta evolución. En los comienzos de la salmodia monástica, sólo se decía gloria en los salmos antifonados. Pero sobre todo en Egipto, estos salmos no constituían el cuerpo de la salmodia, como en nuestras dos Reglas y en el Oficio romano. Primitivamente el salmo no iba seguido del gloria, sino de la oración. La situación ha cambiado completamente entre el Maestro y Benito. En este el gloria no se dice solamente al final de los salmos antifonados, sino que también se dice al fin de los responsorios, e incluso al final de los salmos directos. La doxología trinitaria concluye toda clase de salmos.
Ahora bien, esta fórmula de alabanza puede ser tomada como un equivalente de la oración sálmica. Como esta última, va acompañada con un gesto de homenaje. Por supuesto, es un acto supremo de adoración. Además responde a la necesidad de terminar el salmo con una perspectiva propiamente cristiana.
De este modo el gloria aparece como un sustitutivo posible de la oración sálmica.
Hay por tanto varias pistas para tratar de explicar la causa de la desaparición de la oración sálmica. Pero no se logra aclarar del todo un fenómeno tan sorprendente.
Para el Maestro la oración sálmica o silenciosa, es menos importante que el salmo y el gloria que le precede. Y la palabra prevalece sobre el silencio, el texto y la fórmula prescripta sobre la improvisación personal y la libre improvisación.
¿Habría entrado ya este modo de actuar en el momento que Benito redacta su Regla? En todo caso, en el siglo VI. la oración sálmica no aparece ya como una parte original e irremplazable del Oficio monástico, que constituida formalmente la oración del Oficio. Desde entonces, la oración es un modo de orar, al lado de la salmodia. Ya no es la oración por excelencia, y mucho menos la única oración.
Para el Maestro el corazón y la lengua deben unirse para pagar al Señor la deuda cotidiana. Solo después de dar este motivo para la atención pasa a un aspecto secundario de la salmodia, el provecho espiritual del hombre. Así de Casiano al Maestro se ha dado una revolución en la concepción de la salmodia. En lugar se dar principalmente un mensaje de Dios al hombre, sed convirtió ante todo en un homenaje del hombre a Dios. Los oyentes de la palabra de Dios (escuchaban la lectura del salmo sentados) se convierten los monjes en cantores de su majestad. Este modo de ver el Oficio monástico conducía a dar cada vez menos importancia a la oración sálmica. La salmodia para Benito, más que para El Maestro, es ante todo una oración.
Dos siglos más tarde ya desaparece totalmente la vinculación del salmo con una forma primitiva de lectio. Se establece la costumbre de cantar los salmos coro a coro, versículo a versículo. Ya nada sugiere que en un principio el salmo estaba destinado a ser escuchado por la asistencia y a suscitar la oración que venía a continuación. La salmodia alterna, tal como todavía hoy la conocemos, es lo que peor se presta para esta interpretación primitiva del Oficio. En lugar de escuchar en silencio, se requiere que todos los asistentes salmodien desde el principio al final del Oficio.
De este modo la salmodia pierde todo su sentido de palabra dirigida a los hombres, y aparece pura y simplemente como una oración que asciende a Dios. La desaparición de la oración sálmica era un lógico complemento de esta evolución. Solamente fuera del Oficio, en la media hora de oración actual, recobra la oración su autonomía. Este ejercicio es una necesaria compensación por la pérdida de la oración sálmica.
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