Pensemos que seremos escuchados, no porque hablemos mucho sino por nuestra pureza de corazón y por las lágrimas de compunción. Por eso la oración ha de ser breve, pura, a no ser que se alargue por una especial efusión que nos inspire la gracia divina. (20,3-4)
Después de inculcar la reverencia, ofrece una enseñanza llena de sabia tradicional del monacato. “Sepamos que seremos escuchados, no por muchas palabras, sino por nuestra pureza de corazón y por nuestras lágrimas de compunción”. Es decir: hay que exponer a Dios nuestras súplicas, no con largos discursos, sino con un corazón puro y con profundo dolor de los pecados que se manifieste incluso externamente con lágrimas.
Tenemos en estos dos párrafos tres rasgos de la oración: a la reverencia, manifestada en la humildad y abandono de los párrafos anteriores, junta ahora la sobriedad de palabras, la pureza de corazón y la compunción. Tres características muy propias de la oración según la espiritualidad del monacato prebenedictino.
Enseguida volvemos ver en el autor de la Regla el hombre práctico, consciente de la fugacidad del tiempo y de la necesidad de aprovecharlo, para labrarnos nuestra felicidad eterna, según ha enseñado en el prólogo. Ordena, escuetamente, a manera de conclusión que la oración sea breve y pura, a menos que se prolongue a impulsos de la gracia de Dios.
Podemos preguntarnos si S. Benito en estos párrafos se refiere solamente a la oración privada, fuera del Oficio, o también y en primer lugar a la oración sálmica, es decir la oración silenciosa que tenían los hermanos, postrados en tierra, al final de cada uno de los salmos que se cantaban o recitaban en el Oficio.
Sería aventurado dar una respuesta rotunda, pues el texto no es bastante claro, pero existen razones de mucho peso, para pensar que la RB se refiere en este capitulo ante todo a la oración secreta que se tenía dentro del ámbito del Oficio Divino.
Esta parece ser la interpretación más correcta que podemos dar. La situación misma de este capítulo como término final de la sección del Oficio Divino, y después de tratar en el anterior del espíritu con el que se debe salmodiar, indica que S. Benito lo empezó redactar pensando en la oración sálmica que formaba parte del Oficio. En el párrafo 4 anotó una observación que se le ocurrió sobre la marcha, apropósito de la brevedad de la oración privada fuera del Oficio señalando que fuese corta a menos que la gracia le impulsase a prolongarla. De hecho en la frase siguiente parece volver al tema original, a la oración silenciosa después de cada salmo.
También nos podemos preguntar sobre el valor exacto de ciertos términos con los que la RB describe las cualidades de la oración.
En este capítulo, lo primero que resalta a los ojos del lector es la falta total de fundamentos bíblicos, que contrasta con el capítulo anterior repleto de textos tomados de la Escritura.
Sólo se vislumbra una reminiscencia de Ester 13,11. Una alusión más clara a las palabras del Señor:”cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos…” Mat 6,7 cuando trata de la brevedad de la oración. Y en trasfondo de la doctrina de S. Benito, parece descubrirse la parábola del fariseo y el publicano orgulloso, con muchas palabras, el primero. Humilde y lacónico con el corazón contrito el segundo.
En cambio todo este capítulo rebosa de ideas del monacato prebenedictino sobre la oración. Y no sólo sus ideas, sino su mismo vocabulario. Los términos que emplea son característicos. Está tomado sobre todo de la escuela de Evaglio Póntico y singularmente de su discípulo Casiano.
Así las palabras “puritas” y “pura” aparecen en tres párrafos consecutivos. (2, 3,4). Ahora bien: pureza, pureza de corazón, oración pura. Son expresiones técnicas de la mencionada escuela de espiritualidad. Puritas, y con más frecuencia “puritas cordis” expresa de ordinario en Casiano una concepción estrechamente unida a la evagliana, de la “apátheia” que no hay diferencia entre ambas, y sirven para indicar la cima de la vida ascética en el itinerario espiritual. Es decir, la total liberación de las pasiones, la caridad, la perfecta armonía del hombre paradisíaco, la pureza intacta de los espíritus angélicos, el goce anticipado de las primicias de la gloria y de la vida divina (Col 10,7)
A la pureza de corazón corresponde la oración pura, como el efecto a la causa. Nos encontramos en la cumbre más alta de la vida espiritual. En efecto, la oratio pura significa la oración perfecta, que se identifica con la contemplación perfecta.
Oratio pura es tanto en Evaglio como en Casiano la expresión técnica para expresar la contemplación de Dios, con una caridad ardiente como fuego. Col. 9,8.
¿Es así como tenemos que interpretar en este capítulo estos términos? Cierto que el vocabulario de S. Benito parece influenciado por el de Casiano. Los términos que usa para determinar otras cualidades de la oración, como devoción, compunción, lágrimas, se encuentran muy bien representadas en las Instituciones y sobre todo en las Colaciones. Incluso lo de la brevedad de la oración puede encontrarse en Casiano, entusiasta propagador de las oraciones cortas e intensas.
Basta para confirmar esto, el largo y famoso capítulo en el que expone las alabanzas de su fórmula:”Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme”. Su recitación excita en el corazón toda clase de buenos sentimientos, cura todas las enfermedades del alma, mantiene vivo el recuerdo de Dios. Col 10,10. Y conduce al monje hasta la más pura de las oraciones puras.
Pero es demasiado asegurar que la colación 10 es donde S. Benito toma sus directrices sobre la oración y que es como el comentario auténtico de su doctrina. A lo más puede decirse que al usar la terminología del abad Isaac sobre la oración pura, muestra que la oración de lágrimas, la oración de fuego, podrían tener lugar en la vida del monje benedictino.
Pero si tenemos en cuenta que S. Benito es un hombre práctico según Jesucristo, en unas esquemáticas alusiones a la oración no podía proponer a simples principiantes y como exigencia inmediata un ideal tan elevado y difícil de alcanzar.
La RB no habla de la oración en el sentido de Evaglio y Casiano, sino de la oración de todos los días, y sus palabras deben leerse a la luz de la tradición monástica y tomarse en su sentido obvio, no como términos de una determinada escuela de espiritualidad.
Que a S. Benito le hubiera complacido que sus discípulos llegaran a la cúspide de la oración, no hay que dudarlo, pero los pocos principios fundamentales que indica, se dirigen a lo inmediato. La oración ha de ser reverente, humilde, breve y pura. Breve para ser pura, o sea sin distracciones. A menos que se prolongue a impulso de la gracia de Dios. Y debe brotar de un corazón puro, sincero, sin machas de pecados consentidos. Tal es el sentido obvio de los términos del cap. 20 de la RB leído con simplicidad.
Fiel a su costumbre de reforzar el pensamiento doblando los términos, S. Benito ha dado unos principios fundamentales sobre la oración, sirviéndose de cuatro pares de palabras, unidos por la conjunción copulativa “et”. Con humildad y reverencia, con verdadera humildad y la más pura devoción, con pureza de corazón y compunción con lágrimas, breve y pura oración.
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