El segundo texto del Profeta, que aduce la RB es una recomendación de cantar con sabiduría. El temor de Dios según los sabios de Israel es el comienzo de la sabiduría. La reverencia de que hemos hablando anteriormente, engendra sabiduría. Y parafraseando el texto bíblico, podemos decir que el temor del Señor significa espíritu religioso.
Pero podemos preguntar qué entendía S. Benito por sabiduría, al citar aquí esa consigna. ¿Ciencia, arte, sensatez, perfección, cuidado, esmero? Es difícil precisarlo, tal vez todo ello al mismo tiempo. Pero de lo que no cabe duda es que «sapienter» se refiere en primer lugar o quizás exclusivamente a la actitud espiritual del monje que celebra el Oficio.
La disciplina psallendi de que se habla en este capítulo, no tiene nada que ver con las rúblicas o ceremonias. Es la disciplina del hombre interior.
Es necesario tener en cuenta en primer lugar, lo que vamos a hacer en el Oficio. Sabemos sin duda que el Oficio divino es la oración oficial de la Iglesia. Es «en verdad la voz de la Esposa que habla al Esposo, más aún, es la oración de Cristo con su cuerpo al Padre» SC 84.
Solo nuestro Señor ha podido comprender en profanidad el sentido del culto divino ya que sólo El conoce la dependencia de la criatura frente a Dios. Solo El puede dar un culto digno del Padre, porque solo El, como hombre-Dios puede producir actos de adoración, de acción de gracias, de reparación y oración de un valor infinito.
Nuestro culto no es más que una participación del culto de nuestro Señor al cual nos asociamos. Separado de nuestro Señor, nuestro Oficio, no sería verdaderamente el Oficio Divino. El Oficio Divino es nuestro Señor rindiendo por la humanidad sus homenajes al Padre y agrupándonos en tomo a él por el ejercicio del culto. (Conf. SC 99)
Para cantar sabiamente, no sólo hemos de conocer el sentido general del Oficio, sino también el sentido de cada Oficio en particular, el sentido de los salmos, de las antífonas, de los responsorios, de los himnos, el sentido de las posturas en el coro, del encadenamiento de las oraciones. Hay en cada Oficio una gracia que pedir, un misterio que celebrar.
El verdadero contemplativo considera un deber estudiar todo esto, para nutrirse del Oficio. Es necesario que pongamos todos los sentidos en nuestra oración, para rendir a Dios un culto agradable.
El Oficio Divino es nuestra principal ocupación, por tanto debe ser el objeto principal de nuestros estudios. Sería penoso que después de tantos años, no hubiésemos penetrado el sentido del Oficio. No sería correcto que las gentes del mundo conociesen sus oficios materiales mejor que nosotros el nuestro espiritual.
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