335.- El espiritu de la oración.

publicado en: Capítulo XIX | 0

Con dos breves capítulos dedicados a la actitud en la salmodia y la reverencia en la oración, termina la RB el ciclo que dedica a la Obra de Dios.
A continuación del cursus benedictino, nos encontramos con dos capítulos de carácter diferente, con frases extremadamente concisas y que comentaremos en días sucesivos. Contienen la experiencia medular de la oración.
S. Benito no quiere ni puede decirlo todo, porque tiene la experiencia de que nos encontramos en el terreno del Espíritu, el único que puede mostrarlo todo a su operario.
El cap. 19 ofrece dos pistas fundamentales para vivir el Oficio Divino, la proximidad de Dios, y la regla de oro de la autenticidad: que nuestra mente concuerde con nuestra voz.
La presencia de Dios, la proximidad de Dios es la fuente de donde brota con más autenticidad la adoración y la alabanza. Es una realidad que nos ha sido dada y manifestada por Jesucristo, y que solo captamos por la fe. A partir de aquí, poco a poco, la convicción de ser mirado con amor, de ser poseído y a la vez infinitamente respetado, se va apoderando del hombre, y se va creando un hábito de referirlo todo a Dios sin esfuerzo, sin crispación, con naturalidad, con una comunión cada vez más intensa con los hermanos en la fe.
Pero esto lo debemos hacerlo particularmente cuando estamos en el Oficio Divino.
De aquí se derivan tres actitudes que S. Benito ilustra con textos de la Escritura. La reverencia a Dios, una atención delicada y de comunión con la iglesia del cielo. Ella participa plenamente de la victoria de Cristo.
El problema está en vivir esa proximidad, de vivir la presencia de Dios sin engaño. Muchos se quedan a medio camino, no llegan al final. ¿Por qué? Dios no nos falla, va poniendo en el corazón del monje hambre de oración.
Por nuestra parte se trata de un combate duro, que exige lo que en nosotros hay de mejor. El monje Silvano de Monte Athos decía:»0rar es dar la sangre del propio corazón.» Si miramos la propia experiencia constataremos que ha habido todo un trabajo de purificación. Un liberarse de formas, de estilos, concepciones antropomórficas, Estamos avezados a constatar sensiblemente la proximidad de Dios. Y cuando empezamos a subir la montaña, cuando estamos para entrar en la Nube, nos llega la duda de modo que lo que debía ser una invitación a vivir una fe más lúcida, se convierte en ocasión de tropiezo.
Para algunos esto significa el abandono definitivo, la aceptación de fracaso. Pero para aquellos que no se buscan a sí mismos, se convierte en la
hora del despojo, del abandono total en las manos de Dios para vivir más intensamente el misterio de Dios en la fe.
Luego nos damos cuenta que en los momentos de oscuridad, de lucha más dura, han sido los más decisivos en nuestro camino de oración.
Desde el grito de Cristo en la cruz, sabemos que ni el sentido de ausencia, ni el de eficacia de nuestra relación con Dios, han de apartamos de la entrega sin condiciones de aquel que es más grande que todos los males. Somos hijos de nuestro tiempo y la oscuridad del ateísmo y del nihilismo envuelve a veces nuestro corazón. Para superar estos escollos es necesario que nos mantengamos perseverantes en la oración de total impotencia según la profunda expresión del abad Basilio Hume. Hemos de ser suficientemente decisivos y atrevidos para dar a Dios una respuesta de confianza total.
Cuando se nos presenta incomprensible en medio de la duda, del dolor y la culpa. Entonces es cuando aprendemos que este Tu de Dios Padre al que nos dirigimos en la salmodia y en el diálogo secreto de la oración es mas grande que todas las imágenes que de él nos hacemos, pero que a pesar de ello, el está realmente aquí, cerca de nosotros, con nosotros, y que por él merece la pena darlo todo.
Entonces conocemos un poco la locura de los santos y somos capaces de mirar nuestro mundo con una gran esperanza y ternura. Entonces es cuando aprendemos a ver las lacras de la Iglesia sin dejar de amarla, de aceptar a cada persona tal cual es, como una exigencia que anima e infunde confianza, pero es necesaria una gran fidelidad que Brondel expresa así en sus notas íntimas: «No hablar nunca de Dios de memoria. No habar de él como de un ausente»

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