Recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida: Ni el ojo alguno vio ni el oído oyó ni pasó por la mente del hombre, lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman. (4,76-77)
Siguiendo la tradición de los antiguos monjes, S. Benito se complace en recordarnos con frecuencia el pensamiento del cielo. Así fijando la mirada en la recompensa alienta ante las dificultades recordando el cielo. No dejemos de meditar en esta verdad de fe, que es uno de los más dulces consuelos y estimulante.
Si, hay un cielo, una recompensa eterna. Esta recompensa será superior a todos los placeres de los sentidos según la conocida frase de S. Pablo citada por s. Benito. Será superior a todos los placeres que hayamos podido gustar en este mundo. En una palabra, superior a todo lo que podemos imaginar. S. Pablo vuelto de la visión del cielo, no puede decir con palabras humanas lo que ha visto. El cielo es la plena satisfacción de todas las aspiraciones del alma y recibirá una nueva y más amplia capacidad según sus méritos. No podemos dudarlo, pues así lo ha prometido el Señor.
Esta certeza se basa en la promesa de Dios y es su bondad. Infinitamente bueno, nos dará una recompensa superabundante. Infinitamente justo, debe dárnosla según nuestras obras. Toda obra buena tendrá su recompensa. Venid benditos de mi Padre al Reino que os estaba preparado porque tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo… y me auxiliaste. Todo lo que hicisteis al más pequeño de los míos, a mi me lo hicisteis y será recompensado.
Una simple inclinación, cualquier ceremonia u observancia por pequeña que sea hecha con amor, tendrá su salario. Cuanto más premio tendrá un acto de humildad, de renuncia, un sufrimiento aceptado, una humillación, un rato de silencio…son otros tantos actos sobrenaturales a los ojos de Dios, que tendrán una recompensa eterna. La sabiduría de Dios que conoce el valor de nuestras obras y sólo recompensará las buenas obras, es decir las sobrenaturales hechas en gracia. No hay recompensa para las obras que no han sido queridas por él. Señor, dirán algunos, ¿no hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos arrojado en tu nombre los demonios? En verdad, responderá el Señor, no os conozco, obreros de iniquidad. En el cielo solo tiene entrada el que ha hecho la voluntad del Padre. No hay recompensa para las limosnas hechas por ostentación, No hay recompensa para ayunos y oraciones hipócritas, ya han recibido su salido. No hay recompensa para las acciones hechas por voluntad propia o por rutina, o murmurando, o a remolque. Solo las buenas obras serán remuneradas por el soberano Dueño.
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