Si los manejamos incesantemente día y noche y los devolvemos el día del juicio, recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida. (4,76-77)
Los instrumentos del arte espiritual, no son precisamente para quedar consignados por escrito en este capítulo de la Regla, sino para ser manejados
Es de notar con qué vigor se indica la continuidad del trabajo ascético, “incesantemente día y noche”.
Es una labor que no admite descanso no vacaciones. Solo la muerte temporal pondrá fin a esta labor. Entonces será el momento de retornarlos y recibir la paga por el trabajo realizado. Y ¿cual es la paga? En realidad no la cocemos, ni podemos conocerla.
El Maestro por el contrario, siempre dispuesto a hacer alarde de sus dotes de escritor imaginativo, brillante y barroco, intercala aquí una soberbia descripción de las delicias del Paraíso, apoyándose en la descripción del apócrifo”Visión de Pablo”. Tierra resplandeciente, ríos, riberas cubiertas de árboles, frutos de toda clase en los árboles, órganos y voces que cantan, ciudad rutilante donde suena sin cesar el aleluya.
Con la sobriedad de la mejor ley, S. Benito se limita a citar el texto paulino, y precisamente un texto apofático. “Lo que el ojo nunca vio, ni la oreja oyó, es lo que Dios ha preparado para los que le aman.” Y esto es lo mejor que puede decirse de la inimaginable recompensa.
Por tanto para el discípulo de S. Benito no hay vacaciones en la vida espiritual. Un obrero tiene que llenar su jornada de trabajo entera, y la jornada del monje es todo el tiempo de la vida. El alma está siempre activa. Produce siempre actos buenos, o malos o indiferentes.
Los actos malos o indiferentes, son actos de la vida natural que avanza sobre la sobrenatural. Y así la caridad pierde las fuerzas adquiridas y la inclinación al mal cobra nueva fuerza.
Si no queremos fatigarnos inútilmente o perder el tiempo de nuestra jornada, es preciso que trabajemos sin cesar día y noche.
También dice S. Benito que este trabajo será examinado en el juicio. Con esto nos quiere decir indirectamente, que en este trabajo hay que evitar toda mancha que pueda ser objeto de castigo en este juicio.
En el juicio del Señor, se considerarán las obras en su justo valor, no considerando tanto el número y brillo exterior cuanto la intención pura de la caridad y demás virtudes. Así obras que a los ojos de los hombres han parecido buenas, no sean tenidas en cuenta por el Señor. Y muchos actos que quedaron oscuros a los ojos de los hombres, serán glorificados.
La recompensa está asegurada, pues es promesa del Señor. Ni un vaso de agua dado por amor, quedará sin recompensa
Somos obreros del Señor, él nos ha llamado a su servicio, y él retribuirá el trabajo al finalizar el día, según su promesa. Estará en relación con la pureza de corazón y la generosidad de nuestros actos.
Cierto que nuestro trabajo no tiene que ser servil, mirando a la recompensa solamente. Lo realizamos por Dios y su amor, pero la recompensa no hay que olvidar que es Dios mismos”Yo soy tu recompensa”. La medida de la gracia determinará la de la gloria.
Ante una tan grande recompensa, es para sentirse avergonzado trabajar con indolencia cuando vemos a las gentes del mundo desplegar toda su actividad para ganar unos bienes materiales.
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