Hoy día en nuestra cultura el anciano, el padre bondadoso, está recluido en las residencias. No siempre ha sido así. Es una pena que se pierda la sabiduría de la vida y la experiencia vivida.
Incluso en lugares, como en África, que conserva en los pueblos esta veneración a los ancianos, ya no lo tienen en Malabo comentaba la H. Venancia. Es un valor que se van devaluando, perdiendo, en la cultura moderna.
S. Benito quiere que los ancianos sean venerados. ¿Por qué? La naturaleza misma nos invita. S. Ambrosio resumiendo las enseñanzas de la Escritura, dice que la ancianidad merece nuestra veneración por sus costumbres más dulces (no todos, S. Alfonso Mª de Ligorio, el H. Abrahán) por sus consejos más prudentes, por su constancia más firme en presencia de la muerte y por el imperio que han adquirido sobre sus pasiones.
La experiencia de los ancianos no puede ser reemplazada por la inteligencia, ni por el estudio, que necesitan una y otro madurarse con la práctica. Además el anciano se nos ha adelantado en la carrera, soportando el peso del día y del calor, y es el canal de la tradición. Por ello S. Benito quiere que veneremos a los ancianos, testigos del pasado.
En los monasterios se vive la Regla, pero interpretada por la tradición. Y esta fidelidad es lo que constituye la solidez de una casa, así como su ruina proviene de la libertad en la interpretación de las observancias.
Ante este instrumento, si somos jóvenes, podemos preguntarnos si tenemos ese respeto que quiere S. Benito, hacia los ancianos. Y si somos ancianos, si nos esforzamos en merecer esa veneración.
¿Cómo se les debe venerar? El Espíritu Santo dice: “no despreciéis las tradiciones de los antiguos porque las recibieron de sus padres” (Eccle.8, 11), “Ante los ancianos no hables mucho” (Ecle.32.13) “Jóvenes, someteos a los ancianos” (1 Pe 5,5) “No reprendas al anciano, sino ruégale como a un padre” (1 Tim 5,1)
Instruido en la escuela del Espíritu Santo, S. Benito muestra en varios capítulos de su regla los signos de veneración hacia el anciano.
Sería triste ver en un monsasterio de hijos de S. Benito que los jóvenes se mofasen de los ancianos, despreciando sus consejos y discutiendo sin moderación, sus interpretaciones de la regla. Como humanos tienen que tener defectos, pero como hermanos e hijos respetuosos hemos de tratar de cubrirlos con el manto de la caridad.
El respeto no es una formalidad exterior. Para que sea verdadero, la veneración que quiere S. Benito, tiene que brotar del corazón, y tiene su raíz en la humildad y en la sencillez. En el mundo tiende a desaparecer este respeto, es el espíritu del siglo, que puede entra en los monasterios. El espíritu del mundo ha sembrado por todas partes el orgullo, la vana suficiencia y el amor a la novedad. En vano se puede reemplazar por una insulsa cortesía esa sincera veneración que la regla exige de nosotros.
La escuela del respeto es nuestro Señor. De El hemos de aprender a ser dulces y humildades de corazón.
Hemos de persuadirnos que a pesar de nuestras luces tenemos mucho que aprender de las luces y experiencia de los ancianos.
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