218.- Reverenciar a los ancianos. (4,68)

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Hoy día en nuestra cultura  el anciano, el padre bondadoso, está recluido en las residencias.  No siempre ha sido así. Es una pena que se pierda la sabiduría  de la vida  y la experiencia vivida.
Incluso en lugares, como en África, que conserva en los pueblos esta veneración a los ancianos, ya no lo tienen en Malabo comentaba la H. Venancia. Es un valor que se  van  devaluando, perdiendo,  en la cultura moderna.
S. Benito  quiere que los ancianos sean venerados. ¿Por qué? La naturaleza misma  nos invita. S. Ambrosio resumiendo las enseñanzas de la Escritura, dice que la ancianidad merece nuestra veneración por sus  costumbres más dulces (no todos, S. Alfonso Mª de Ligorio, el H. Abrahán) por sus consejos  más prudentes, por su constancia más firme en presencia de la muerte y por el imperio que han adquirido sobre sus pasiones.
La experiencia  de los ancianos no puede ser reemplazada por la inteligencia, ni por el estudio, que necesitan una y otro madurarse con la práctica. Además el anciano se nos ha adelantado en la carrera, soportando el peso del día y del calor, y es el canal de la tradición. Por ello S. Benito quiere que veneremos a los ancianos, testigos del pasado.
En los monasterios se vive la Regla, pero interpretada por la tradición. Y esta fidelidad es lo que constituye la solidez de una casa, así como su ruina proviene de la libertad en la interpretación de las observancias.
Ante este instrumento, si somos jóvenes,  podemos preguntarnos si  tenemos ese respeto que quiere S. Benito, hacia los ancianos. Y si somos ancianos, si nos esforzamos en merecer esa veneración.
¿Cómo se les debe venerar? El Espíritu Santo dice: “no despreciéis las tradiciones de los antiguos  porque las recibieron de sus padres” (Eccle.8, 11), “Ante los ancianos no hables mucho” (Ecle.32.13) “Jóvenes, someteos a los ancianos” (1 Pe 5,5) “No reprendas al anciano, sino ruégale como a un padre” (1 Tim 5,1)
Instruido en la escuela del Espíritu Santo, S. Benito  muestra en varios capítulos  de su regla los  signos de veneración hacia el anciano.
Sería triste ver en un monsasterio de hijos de S. Benito  que  los jóvenes se mofasen de los ancianos, despreciando sus consejos y discutiendo  sin moderación, sus interpretaciones de la regla. Como humanos  tienen que tener defectos, pero como hermanos e hijos respetuosos hemos de tratar de cubrirlos con el manto de la caridad.
El respeto no es una formalidad exterior. Para que sea verdadero, la veneración  que quiere S. Benito, tiene que brotar del corazón, y tiene  su raíz en la humildad y en la sencillez.  En el mundo tiende a desaparecer este respeto, es el espíritu del siglo, que puede  entra en los monasterios. El espíritu del mundo ha sembrado por todas partes el orgullo, la vana suficiencia y el amor a la novedad. En vano se puede reemplazar por una insulsa cortesía esa sincera veneración que la regla exige de nosotros.
La escuela del respeto es nuestro Señor. De El hemos de aprender a ser dulces y humildades de corazón.
Hemos de persuadirnos que a pesar de nuestras luces tenemos mucho  que aprender de las luces y experiencia de los ancianos.

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