Ante todo, amar al Señor Dios. (4,1)
Nos detenemos un día más en este primer instrumento recogiendo algunos pensamientos que puedan revelarnos un tanto cómo S. Bernardo hablaba y exhortaba a sus monjes a meditar y crecer en el amor de Dios.
“Que vergüenza y que ingratitud tan espantosa que contempláramos impasibles la muerte del Hijo de Dios. Y sin embargo, fácilmente acontecerá esto, si nos falta la asistencia del Espíritu Santo.
Mas ahora que la caridad de Dios lo ha derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, debemos amar porque somos amados y amando merecemos que se acreciente más y más el amor en nuestros corazones.”
Y en otro lugar especifica:”Amad al Señor vuestro Dios con todo el afecto de un corazón lleno y entero. Amadle con toda la sabiduría y vigilancia de la razón, amadle con todas las fuerzas del espíritu, de manera que no temierais incluso morir por amor a El.
Que el Señor Jesús sea para vosotros objeto de infinita dulzura, a fin de destruir la dulzura criminal de los placeres de la carne.
Que el sea para vuestro entendimiento luz que guíe y sirva de conductor a vuestra razón. Que vuestro amor sea también constante y generoso, sin que jamás ceda ante el temor, ni sucumba ante el trabajo.
Amemos pues con ternura, con circunspección y con ardor, sabiendo que el amor del corazón que llamamos afectivo, es en verdad dulce, pero engañoso si no va acompañado con el de la voluntad. Y este a su vez si no va acompañado de fortaleza y constancia, se muestra frágil y flaco en las ocasiones difíciles.”
“¿Queréis oír por qué y cómo habéis de amar a Dios? Yo os lo diré. El motivo de amarle, es Dios mismo, y la medida de amor ha de ser amarle sin medida.
Tenemos dos motivo para amar a Dios por si mismo. Porque nada hay más justo y porque nada nos es más provechoso.
Bien merece que le amemos, sobre todo si ponderamos quien fue el que se adelantó a amar, y a quienes y cuando les ama.
Fue Dios quien nos amó y con un amor gratuito, siendo sus enemigos. ¿Cuándo? Nos lo dice el apostol Juan: De tal menara amo Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”.
“Buenos sois Señor para el alma que os busca, pues ¿qué seréis para aquella que logra la dicha de encontraros?
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