No cometer adulterio. (4,4)
El día anterior indicaba comentando este instrumento, que se puede considerar desde un punto de vista espiritual. Todos los comentadores de la regla lo hacen así. La Escritura llama adulterio o fornicación a todo aquello que separa y rompe la unión con Dios, sobre todo a la idolatría.
Por el bautismo hemos sido consagrados a Jesucristo. Hemos recibido una participación en la vida divina. Todo cristiano es un miembro de Cristo. Cristo es el centro de la vida y de la experiencia cristiana, como lo dice S. Pablo en Col. 1, 15-29. El se encarna para revelarnos el designio del Padre, comunicarnos la nueva vida, la vida divina. Estamos llamados a la unión con El.
Esta vida divina que se nos comunica por la gracia santificante y las virtudes infusas de la fe, la esperanza y la caridad, no permanece estéril debido a la gracia divina que actúa en nosotros y por nuestra apertura a esa gracia. Los frutos son las buenas obras.
Todo cristiano está llamado a consumar esta unión con Cristo y de modo peculiar, lo está el monje por su vocación y votos. Es de un modo peculiar pertenencia de Dios.
La Escritura habla de varias clases de adulterio o fornicaciones espirituales. Jeremías llama adultera a Jerusalén, que se entrega al culto de los ídolos. Jesús llama generación adultera a la nación judía incrédula. S. Pablo trata de adúlteros a los herejes que tratan de torcer el sentido de las Escrituras, para su provecho.
Con tanta mayor razón podemos llamar adultero al que pisotea las promesas de su bautismo o profesión por cualquier pecado grave. Es un adulterio consumado por el cual queda uno alejado de Dios prefiriendo una criatura, o su propio gusto.
En el pecado leve podemos ver como una sonrisa, una señal de afecto dada a la criatura a expensas de los derechos de Dios. Una imperfección voluntaria es una tendencia hacia el adulterio, ya que supone un enfriamiento del amor que se debe a Dios.
Los efectos de esta conducta son bien tristes. Por la separación total, todos los lazos que unen al alma con Dios quedan rotos. Jesús dice simbólicamente que el es la vid y nosotros los sarmientos. Ya no circula la sabía por los sarmientos cuando están desgajados. No queda nada de la vida divina, que es la caridad. Y como ya no puede dar fruto así, solo sirve para ser cortado y arrojado al fuego, según dice Jesús. El lazo del amor está roto.
Es cierto que Dios en su inmensa misericordia no ha quitado todos los dones. Quedan la fe y la esperanza, si el pecado no es directamente contra estar virtudes.
Estas dos virtudes, separadas de la caridad, no tiene la misma fuerza para elevarse hacia Dios.
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