Estábamos considerando las razones teológicas de la renuncia, para así poder mejor entender y vivir este instrumento de buenas obras que S. Benito pone en nuestras manos.
El monje tiene que ser un hombre de fe. Esa fe que objetiviza y manifiesta su renuncia. Y deberá serlo de una manera significativa y clara. Su renuncia no ha de ser un jeroglífico incomprensible para quien lo contempla, sino una realidad plenamente significativa.
Cualquier esfuerzo para hacer más transparente la fe que se manifiesta en las estructura de renuncia en las que vive el monje, ha de ser realizado. Este es el sentido del proceso de renovación emprendido por la Orden aún antes del Vat.II. Es el proceso de refundación que el P. General hablaba con motivo de las Bodas de Oro de D. Gerart, abad de La Trapa y uno de los principales motores de la renovación con algunos otros monjes de su generación. El P. General se preguntaba si seguimos siendo sabios refundadores, como lo había sido D. Gerart durante los años del post concilio. Su contestación es que mientras haya quienes busquen a Dios por El solo, habrá quienes lo encuentren y habrá sabios refundadores de la vida monástica.
Y citando párrafos del referido Abad en una de sus obras, hace suya la frase de que la vida trapense no consiste en pensar siempre en Dios, sino en buscarlo en todas partes y encontrarlo en todas partes. Así es como vivimos constantemente en El, y volvemos a las raíces originales y esenciales del carisma monástico en su fuente, y signo de vida en nuevos contextos culturales, porque cuanto más transparente y radical sea el vivir el monje, mayor será su fuerza evangelizadora. No porque haga muchas obras, sino porque su conversión y su autenticidad hablarán por sí solas.
Un monje no puede vivir una doble vida y ser feliz. No puede vivir en la nostalgia y añoranza de aquello a lo que renuncio al emprender el camino monástico. La fidelidad vocacional le llama, no solo a no mirar hacia atrás, sino a una fidelidad creativa que le lleve a valorar cada día y en cada situación a Jesús y a su Reino más que todo lo demás, y hacer significativa esta preferencia por Jesús delante de los hombres.
Podríamos aquí recordar a este propósito de la centralidad de Jesús en el monje, los hermosos pensamientos de S. Bernardo oídos en la lectura de completas hace unos días, sobre el comentario de”Tu nombre es óleo derramado”. Jesús daba sentido a toda la vida de S. Bernardo, y de aquí sus renuncias. “Negarse a sí mismo, para seguir a Cristo”. Jesús era para él miel en la boca, melodía en el oído y canto de júbilo en el corazón.
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