De ordinario es en la meditación de la que nace la necesidad de conversar con Dios. Y a su vez, esta meditación o reflexión, como queramos llamarla, (no me refiero a meditación en el sentido antiguo de repetir una frase) nace primordialmente a través de la santas lecturas, o por lo menos, de ellas toma su alimento.
De aquí que S. Benito ponga seguidos, como inseparables estos dos instrumentos. Después de recomendarnos el amor a las santas lecturas nos exhorta a darnos con frecuencia a la oración.
Lecturas nos descubren a Dios en su palabra revelada, en sus misterios adorables, en los efectos admirables de su amor y su gracia, y nos impulsan a adorarle, alabarle, da darle gracias y amarle.
No son las lecturas la única puerta que conduce a la oración, pero son el camino más ordinario para llegar a la oración. Si se hace bien la lectura, podremos ocuparnos con frecuencia en la oración, como quiere S. Benito indicarnos por medio de este instrumento.
Igualmente, más adelante al hablar del oratorio, dirá que si alguno quiere orar en secreto, entre y ore. Parece ser que se refiere más bien a una oración mental.
Esta oración mental es la que todos los santos presentan como el gran medio de santificación. “Un religioso sin oración, dice S. Felipe Neri, es un religioso sin razón”. Y S. Alfonso dice: ”Un religioso que no ama la oración, imposible sea buen religioso”
Por eso, si practicamos este instrumento, se desarrollará el espíritu de oración que llenará todo el día.
El P. de Foucould afirma que para que nuestra vida sea una vida de oración hacen falta dos cosas: lo primero que en ella halla tiempo suficiente cada día exclusivamente consagrado a la oración, y luego, que durante las horas consagradas a otras ocupaciones, permanezcamos unidos a Dios conservando el pensamiento de su presencia mediante frecuentes elevaciones. Es el “darse con frecuencia a la oración” que dice S. Benito y que él podría haber asimilado en sus años de monje.
De este modo Dios no será para nosotros un ser lejano. Estos retornos a Dios cada vez más frecuentes nos afianzan en un estado en el que el alma se encuentra como fija en Dilos con un sencillo y amoroso recuerdo.
Así viviremos con El, siempre en su presencia, participando de su vida por la contemplación, el amor y la entrega de nosotros con todo lo nuestro.
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