La lectura de este conjunto de instrumentos que hace referencia al silencio, desconectada de la vida ordinaria del monasterio, da la impresión de una austeridad poco humana. No se trasparenta ese gozo propio de todo seguidor de Jesús.
Es algo parecido a lo que sucede con la lectura de las Cautelas y demás obras de S. Juan de la Cruz separadas de la vida ordinaria. Un santo de tanta dulzura, se refleja con suma austeridad atendiendo solo a la doctrina. Lo mismo sucede con el abad de Rance.
Hay que tener en cuenta también los diversos caracteres según las distintas regiones. Me contaba el H. Antonio que le refería un sacerdote de Suiza, del modo de vivir allí. Nadie habla en la calle o en autobús. Y si se oye alguna voz, ya se sabe, se trata de un español o de un italiano. Sta. Teresa no creía pudieran las jóvenes andaluzas vivir en el Carmelo ni D. Gabriel Sortais los sudamericanos en la Orden.
Hemos de entender las sentencias de los santos unidas al conjunto de la vida y no aisladas. S. Bernardo dice unas frases que se podría aplicar a este instrumento: “Si conocierais las obligaciones del monje, no comeríais un bocado de pan sin rodearlo con vuestras lágrimas” Y S. Basilio dice:”oyendo condenar el Señor a los que ríen en esta vida, debemos concluir evidentemente que el cristiano no tiene motivo alguno para reírse. Y cuando consideramos el gran número de los que quebrantan la ley de Dios, que deshonran a su Padre celestial, ¿No debemos llorar y gemir por su suerte?”
S. Benito en otro lugar nos invita a confesar en la oración todos los días, con lágrimas nuestros descarríos pasados. Quiere que todas nuestras oraciones se hagan con compunción y lágrimas. Sobre todo en el tiempo cuaresmal.
Hay risas y risas. Tiempo de reír y tiempo de llorar nos dice la Escritura. Reír mucho y ruidosamente no conviene a un monje, pues la risa inmoderada no suele ser efecto de la gracia, que siempre es pacífica. Es fruto de la naturaleza que encuentra su satisfacción a la que se lanza sin control. Según S. Bernardo la risa inmoderada es fruto de un alma disoluta y negligente, es decir de un alma que no se somete a la voluntad de Dios, no busca a Dios y va donde le conducen sus caprichos a través de las criaturas.
En fin, según los autores espirituales, la risa inmoderada es fruto de la disolución y negligencia y es al mismo tiempo una fuente de disipación, dejando a Dios para seguir a la naturaleza Es uno de los grandes enemigos de la vida contemplativa, que se alimenta de oración, compunción, renuncia a los instintos de la naturaleza y unión con la voluntad de Dios.
La melancolía no ha sido nunca una virtud. El monje fervoroso ha de estar siempre sonriente, y buscando a Dios lo encuentra. Y encontrando a Dios, encuentra igualmente el reposo y la paz del corazón de donde nace la verdadera alegría. “Tomad mi yugo y encontrareis descanso para vuestras almas”
Así conservar la sonrisa y una dulce serenidad es una manera de mostrar la felicidad que encierra el servicio del Señor.
Podemos tener tentaciones, pruebas, pero el amor exige que las pasemos con santa alegría. S. Pablo dice de él que sobreabundaba de gozo en medio de sus tribulaciones.
La caridad con el prójimo exige que nunca seamos una carga para los demás hermanos por causa de nuestra melancolía. Y el buen ejemplo pide igualmente que sembremos en torno nuestro la alegría que el Señor desea ver en sus servidores.
Cualquiera que sean los sentimientos internos, nuestro aspecto externo no debe perder su serenidad.
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