En anteriores instrumentos nos ha dicho S. Benito que custodiemos la boca, que no gustemos de hablar mucho, y más adelante nos dirá no gustar de reír mucho. En este instrumento es categórico y exclusivo. Ni palabras vanas o necedades como traduce Iñaki, y en el cap. VI. nos dirá que condena a eterna clausura toda palabra vana o que mueva a la risa, en todos los lugares del monasterio.
Esto no quiere decir que en el monasterio benedictino se viviese esto así de riguroso, ya que cuando habla de la Cuaresma dice que en estos días se abstengan de conversaciones y bromas, lo que indica que no todos llevaban a la practica este instrumento de modo habitual.
El monje ferviente encuentra su gozo en el servicio de Dios y no es un misántropo. Sabe decir palabras amables, su palabra es dulce y templada porque brota de su gozo interior. Y con mucha frecuencia también es un acto de caridad, un medio de consolar a un hermano afligido mostrándole el afecto y ayudándole a aceptar algún sacrificio. En una palabra no se trata de algo vano, sino de algo que hace el bien.
En algunas ocasiones se ha censurado a los monjes de haber exagerado el silencio. Pero hay que tener en cuenta que el monje es un cristiano que se aplica a amar a Dios con todas sus facultades, que vive la renuncia de todo aquello que sea un estorbo en el seguimiento de Jesús y por ello se hace extraño a los hábitos del mundo, y trata de vivir habitualmente en la presencia de Dios, según hemos visto en instrumentos anteriores. Un monje que así vive ¿es posible que guste de hablar naderías y frivolidades?
Un hombre serio no puede tener los gustos de un niño ni entretenerse en los juegos infantiles. Un hombre de negocios, se consagra por entero a ellos y no pierde el tiempo en fruslerías. ¿Acaso el religioso no es un hombre serio ocupado en el negocio más importante, el de la salvación del mundo a través de su santificación?
El monje que se entretiene en conversaciones frívolas demuestra que se ha olvidado de su santificación, no tiene espíritu religioso, ni cristiano, ya que Jesús dijo a sus discípulos sin excepción que tendrían que dar cuenta de toda palabra ociosa.
Los santos sabian decir una amable chanza, pero por caridad, con reserva y modestia, no por pura satisfacción personal, ni para hace reír. Aunque provocase la risa, como lo hace S. Bernardo en algunos de sus sermones. A ejemplo suyo derramemos la alegría en torno nuestro y no siendo censores inoportunos tomando un aire de enfado en las conversaciones que nos molesten. Sepamos aceptar y decir en las debidas circunstancias alguna broma, pero que siempre sea mirando a Dios, para hacer el bien y no para buscar la propia satisfacción.
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