Y descubrirlos(los malos pensamientos) al padre espiritual. (4,51)
Todos los maestros de vida espiritual están unánimes en afirmar la gran importancia que tiene el descubrir los malos pensamientos, dificultades, tentaciones, al padre espiritual.
Los antiguos eran muy severos en este punto. Incluso S. Antonio y S. Basilio aconsejan descubrirlos, no solamente a un monje anciano, sino a toda la comunidad en público. S. Benito se contenta con que se descubran al abad o a un anciano espiritual.
S. Antonio expone la razón de su consejo. El gran medio de alcanzar la virtud es o bien ser vigilado por todos los hermanos o bien descubrir todos los pensamientos. Y S. Atanasio dice que se evita el pecado cuando se sabe que posteriormente ha de confesar su falta en público.
S. Ignacio es un maestro consumado en esta materia y dice como el demonio obra como un cortesano que quiere seducir a una joven honesta. Lo que más teme es que se vean descubiertos sus designios. Por eso el demonio se esfuerza en impedir que la persona tentada hable y descubra su dificultad al su director.
En la confesión de los pensamientos hay además un acto de humildad que bendice Dios, y a veces es tan visible esta bendición que basta tomar la resolución de abrir su conciencia, para que desaparezca la tentación.
Nadie podrá darnos consejos útiles, si no conoce nuestras necesidades. Por esto la importancia de la claridad en la exposición.
En realidad, la dirección espiritual se extiende a otros muchos aspectos, no solamente a los malos pensamientos, así el comportamiento en la oración, el esfuerzo y medios para adquirir tal determinada virtud. Las dificultades y disgustos en el ejercicio de la vida espiritual, ya que tiene como finalidad el bien y el mal. El mal para desarraigarlo y el bien para desarrollarlo. Pero lo que sobre todo está recomendado por este instrumento, es el descubrir los malos pensamientos.
Cuando hablé del acompañamiento espiritual, comentado las conferencias del P. General, ya se expusieron las razones que había, tanto en pro como en contra, de juntar o separar la dirección de la confesión.
El P. General decía que no es fácil ni necesario dar una respuesta absoluta sobre un aspecto excluyendo la alternativa. En ambos casos hay razones en pro y en contra.
Cuando el acompañamiento y la confesión van juntos, el aspecto sacramental de esta permite ubicar la dirección en su contexto más explícitamente eclesial, evitando así cualquier tipo de individualismo intimista. También se evita con más facilidad dicotomizar la vida de oración y la vida moral cotidiana.
Hay otras ventajas. Así el discernimiento propio del acompañamiento puede ayudar a un mejor examen de conciencia previo a la confesión y la absolución. El progreso constatado en el acompañamiento ayudaría a no deprimirse por la presencia del pecado en la propia vida.
La unión entre confesor y acompañante puede ser causa de mayor fruto, ya que la misma persona es la que aconseja, ayuda, juzga y perdona en el contexto de un único encuentro y diálogo. Una confesión bien hecha será siempre el mejor medio de triunfar de los pensamientos o tentaciones importunas, y uno de los mejores medios de santificación, ya que es la gracia la que nos santifica y los sacramentos son los grandes canales de la gracia.
El P. General también señala algunas razones por las que se puede separar ambos ejercicios. Así, no confinar el carisma de la dirección a un determinado tipo de personas. También podría llevar a la confusión o peor aún, trasformar el acompañamiento en un mero moralismo orientado al simple no pecar. Aparte de las restricciones del CIC en los c. 630 y 985.
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