La gula se puede deslizar fácilmente en una vida habitual de privaciones. Y hay que vigilar nuestra naturaleza, ya que se puede buscar una compensación de otras privaciones.
Sobre todo en las jóvenes que perciben con mayor intensidad las privaciones de tipo afectivo en los primeros tiempos de ingreso en la vida religiosa, se compensan en la comida lo que les hace engordar y lo que es en realidad una señal de sus privaciones afectivas, se suele interpretar como señal de bienestar.
Sobre todo hay que estar vigilantes cuando esta uno hambriento, pues en esta situación es difícil percibir el límite de la necesidad.
Los dos perjuicios de los excesos son el malestar del cuerpo y la pesadez del corazón.
Nada hay nada tan contrario a todo cristiano, dice S. Benito, y con mayor razón se puede decir que nada es más contrario al contemplativo que dejarse llevar de este vicio.
Se peca por gula, no solo excediendo la cantidad, sino también por la búsqueda de la calidad.
Discípulos de Jesús crucificado, seguidores de los antiguos monjes tan austeros en la comida, no busquemos manjares delicados que no están en conformidad con monjes pobres.
Estamos expuestos a guiarnos de nuestras repugnancias, y crearnos necesidades imaginarias. S. Bernardo se lamenta en uno de sus sermones de esta actitud de algunos monjes que en todo encuentran dificultad.
Ciertamente es un lenguaje duro el que expresa en el sermón 30 del Cantar de los Cantares. «Las legumbres, dice uno causan flato, el queso carga el estómago, la leche daña la cabeza, el pecho no puede soportar el agua cristalina, las coles y las berzas engendran melancolía, los puerros excitan la cólera…¿Qué es esto que ni los ríos ni los campos, ni en los huertos ni en la despensa apenas es posible encontrar algo para poder serviros a la mesa? Considerar, os ruego sois religioso no médicos, y no seréis juzgados a cerca de vuestra complexión, sino a cerca de vuestra profesión».
La Regla ya nos da dos platos para que podamos elegir. Esforcémonos para contentarnos, sin desdeñar lo que nos es servido. Tomemos el alimento tal como nos es presentado, no quejarse nunca de la cocina y no entristezcamos a nuestros hermanos con nuestra delicadeza.
También hay que vigilar el modo de tomar el alimento, la mortificación no consiste tanto en la cantidad y calidad de los manjares, cuanto en el desapego del corazón. El Reino de Dios no es comida ni bebida. Ya comáis ya bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios, dice S. Pablo. Y también: quien coma, coma por el Señor, dando gracias a Dios
Si comemos solo por satisfacemos estamos en el desorden y lejos de la mortificación, pero caeremos más o menos en este desorden, si esperamos impacientemente la hora de la comida, si nos preocupamos de lo que nos ser servido, si durante la comida nos arrojamos con avidez sobre los manjares, si nos entristecemos cuando nos creemos mal servidos, si comemos con precipitación, plenamente ocupados en el alimento del cuerpo, sin atención a la lectura. Es sobre todo el corazón lo que hay que vigilar, ya que su falta de mortificación puede hacer que se encuentre gula, incluso en un ayuno de pan y agua.
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