Tratamos de examinar algo más la pereza espiritual, denominada generalmente con el nombre de tibieza.
Ya hemos visto lo que podemos llamar noción diferencial de la tibieza y pasemos a su noción o definición positiva, llegando así al fondo de la cuestión. Es EL PECADO VENIAL FÁCIL Y HABITUALMENTE COMETIDO.
Aquí el pecado revela una profunda debilidad de los principios vitales, que son la voluntad y la naturaleza moral.
La voluntad no se siente determinada a observar toda la ley divina o no encuentra fuerzas para hacerlo. Es por tanto o rebelde o floja.
La naturaleza moral, que consiste en el conjunto de nuestras inclinaciones buenas o malas, nativas o adquiridas, es el sentido latente que empuja hacia el bien o hacia el mal. Aquí esta el desorden ya que la tibieza permite que se desarrollen las inclinaciones malignas.
Ciertos actos defectuosos que en un principio no eran sino simples accidente pasajeros, se han convertido en hábitos. Es decir en tiranías más o menos dominadoras.
Estas dos causas, la naturaleza alterada y la voluntad debilitada, son la causa de la pereza espiritual.
Las causas pueden ser una vida espiritual insuficientemente alimentada o alterada en sus fundamentos. Como en el orden físico, la debilidad proviene o de falta de alimentación o de enfermedad. El alma tibia bebe mal de las fuentes de donde dimana la luz, el calor, la vida. Ora poco o mal. Las verdades de fe la dejan insensible.
Toda vida, incluso la material, no es un estado permanente, sino una incesante reconstitución, una lucha continua contra la muerte. Los organismos debilitados son los primeros en sucumbir.
La vida espiritual está sujeta a las mismas leyes. Está amenazada
por toda clase de gérmenes peligrosos, como falsas ideas, malos ejemplos, tentaciones suaves o violentas contra lo cual hay que reaccionar.
El que se encuentra en estado de tibieza, no tiene fuerzas para luchar contra todo esto y está predispuesto a la invasión de todos estos desórdenes. Y muchas veces estos desórdenes son la causa misma de la tibieza. Todo desorden trastorna la vida en su funcionamiento, y disipa sus recursos.
Hay en algunos casos que alteran los principios de la misma vida espiritual como una pasión que se apodera de la mente y del corazón hasta el punto de bloquearlos. Es el caso de Judas, que ni palabras, ni gesto de amor mueven su corazón. Esta situación llega a provocar el hastío por las cosas del Señor.
En segundo lugar provoca sentimientos y actos que ofenden a Dios y le alejan de Dios. Esto es lo que denominamos como el abuso de las gracias.
En tercer lugar, el engaño de uno mismo. La conciencia anda a la búsqueda de excusas y disculpas, perdiendo su rectitud. Así dice que se trata de cosas antiguas y carentes ya de sentido, exageraciones rigoristas.
Y prolongándose por algún tiempo este estado, los elementos de fuerza se alteran hasta hacerse incapaces de cualquier resistencia. Y ahí tenemos al monje que dejó todo por seguir a Jesús, esclavo de mil pasioncillas, que le impiden realizar su vocación, con lo cual ni goza de la alegría espiritual que Jesús promete al que le quiera seguir, ni de los consuelos materiales que podría gozar en la vida secular.
¿Cómo tratar este mal? Dos deberes se imponen: desaficionarse al mal, romper con él, y es segundo lugar, una reforma de la propia naturaleza.
¿Cómo conseguir esto? Todas las consideraciones que podemos encontrar en la primera semana de ejercicios de S. Ignacio, que en definitiva son como un resumen de diversos instrumentos y pensamientos de la regla de S. Benito tienden a desaficionarse del mal, y la consideración de la vida y pasión de Jesús (2ª y 3ª semana) ayudar a reformar la propia naturaleza, identificándose con Cristo.
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