Para consolar el corazón del hombre, Dios le ha dado el vino, (Ecle 30,36) Pero el placer depositado por el Señor en este don de su bondad se convierte en veneno si se usa con exceso.
Este goce de los sentidos impide el goce más íntimo de la compunción, abre el alma a satisfacciones naturales, la hace perder la pureza de intención y la unión con Dios. Y por esto mismo caer en muchas faltas de flaqueza, de disipación, de indiscreción
Por ello el Espíritu Santo quiere que el sabio beba poco vino (Ecle 31,22)
Este vicio ¿se puede dar entre los monjes, entre los religiosos? Como toda miseria humana, se puede dar en todo aquel que tiene esta naturaleza humana. Puedo recordar a un abad y a un obispo que en los momentos de tristeza o fatiga, se consolaban con el exceso en la bebida. Y un religioso ha contado en un libro como llegó a ser alcohólico, como vivió algún tiempo bajo esta esclavitud y por fin como logró salir antes de la ruina total.
Con motivo de alguna comida o circunstancia especial, puede verse alguno afectado por el vino. Un monje no podía tenerse en su silla del coro en el Oficio de Vigilias del día Navidad.
En Prov. 20, 1 dice como el vino lleva a la lujuria y se comprueba en el libro 3 de los Reyes como Salomón se desvía del recto camino. S. Pablo dice: no os emborrachéis con vino, pues en “el está la lujuria”.
El vino tomado con exceso también excita la pasión de la cólera, según adviene en el Eclesiástico 31,38. Si queremos conservar la calma en nuestra vida y el dominio sobre nosotros mismos, hay que usar con gran reserva del vino y licores.
En nuestra vida monástica estamos gracias a Dios protegidos contra los excesos de esta naturaleza. Sin embargo si deseamos vivamente la santidad, si queremos llegar a una gran pureza de corazón, debemos tener ciertas precauciones para nunca traspasar los límites, con una prudente moderación.
El exceso de vino turba la razón y da origen a desórdenes que desbordan. Aquel que se deja llevar del vino, ya no es un hombre porque tiene la razón turbada, no aprecia las cosas en su valor. Por eso le hace tan despreciable a los ojos de sus semejantes. Y cundo se trata de un religioso, el desprecio es mucho mayor aún. Incluso el exceso arruina la salud. En la mente de S. Benito, el vino no debería ser conocido por el monje. Pero concede que se use con gran moderación y así es beneficioso para la salud, según lo recomienda S. Pablo a su discípulo Timoteo.
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