Con este instrumento se termina el grupo orientado a vivir la vida comunitaria de modo que nos acerque a Cristo de tal modo, que nada antepongamos a su amor.
Las persecuciones, bien sea que vengan de los enemigos de la Iglesia, bien de los hermanos en la fe o en la comunidad, en el plan de Dios están destinadas a santificar a sus elegidos, para purificar sus virtudes, para reanimar el fervor de la Iglesia. Está comprobado que a la Iglesia le hacen más daño la prosperidad material y externa, que las persecuciones sangrientas.
No tienen que sorprendernos. Veintiún siglos han sido siglos todos ellos de persecuciones cruentas. El coro de los mártires es innumerable, de toda raza, edad y condición.
Jesús las había claramente anunciado. Os envío como ovejas en medio de lobos. El servidor no es superior a su Señor, si a mí me han perseguido, os perseguirán también a vosotros. Y S. Pablo precisa más: Todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo, sufrirá persecución. (2Tim. 3,12)
No nos asustemos si aparece la persecución. Tambien se realizarán las palabras del Señor cuando promete: ”yo estaré con vosotros todos los días”.
Cierto que en nuestro caso y en nuestro ambiente actual no parece probable una persecución cruenta. Parece que el proceso de desacralización de nuestro mundo, también lo ha hecho en este aspecto. Con peligro de la vida están los políticos y en lugar de quemar iglesias y conventos, se queman bancos, cajeros y sedes de los partidos.
Pero la persecución de las ideas cristianas, de las buenas costumbres, es muy actual. E incluso dentro de la Iglesia con frecuencia aquel que quiere ser fiel al magisterio es vituperado, puesto en ridículo y con frecuencia marginado.
Jesús invita a la alegría. Llama bienaventurados a los que la sufren y el premio no es para el futuro, sino ya presente. Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, porque de ellos es el reinote los cielos. Y en otro lugar: seréis bienaventurados cuando os maldigan, os persigan, os digan toda clase de males contra vosotros. Regocijaos y saltad de alegría, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Regocijaos cuando os desechen por causa del Hijo del hombre. Vuestra recompensa será grande. (Mat 5 y Luc 6)
En estas palabras de Jesús, que es la verdad misma, ¿Quién se atreverá a justificar sus tristezas y quejas en tiempo de persecución?
Alegría bajo los golpes de cualquier tipo de persecución, pero alegría templada por la humildad. No se trata de hacerse uno la victima, viendo en todo persecución y mostrarse como perseguido ante los demás.
Y paciencia. En lugar de vituperar y censurar, perseverar en la fidelidad, pidiendo por aquellos que ocasionan la persecución. Quien persevere hasta el fin, ese se salvará.
Soportar una persecución, ya venga de los enemigos de la fe, bien sea por parte de algún hermano, soportarla durante años, sin desfallecer, confiando en Dios, sin cansarnos de sufrir, es la más alta cumbre de la caridad. Esa paciencia perseverante no puede ser el fruto de un entusiasmo momentáneo. Solo un corazón fuertemente arraigado en el amor de Dios y del prójimo es capaz de esto.
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