153.- No maldecir a los que le maldicen, antes bien, bendecidles. (4,32)

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Amar  a los enemigos, según  consideramos en el anterior instrumento, es una obra de caridad. Pero ese amor puede ser más o menos grande. Por ello, cuando a las injurias se corresponde con beneficios,  reviste cierto heroísmo, ya que está en contra de las tendencias naturales y egoístas del hombre caído. Es duro a la naturaleza decir bien de los que dicen mal de nosotros, alabar a los que nos censuran, bendecid a los que nos maldicen.
Pero nuestro Señor nos dice expresamente: Haced bien a los que os odian, orar por los que os calumnian y persiguen.
Es difícil callar un defecto o falta que conocemos de un determinado hermano, cuando este hermano está levantando calumnias contra nosotros y llegan a nuestro conocimiento.
Sin embargo, el cumplimiento de este consejo de Jesús, tan radical, lleva consigo el consuelo más dulce que hay en el mundo. El que hace por Dios este gran sacrificio, hacer el bien a sus enemigos, encuentra en ello una gracia muy particular, que derrama el Señor en el corazón que  se ha despojado  de todo resentimiento.
S. Pablo nos exhorta a no dejarnos vencer  por el mal, sino triunfar  del que mal, por medio de beneficios. “Si vuestro enemigo tiene hambre, dadle de comer, si tiene sed, dadle de beber. Conduciéndoos de esta manera, arrojareis sobre su cabeza carbones encendidos (Rom 12, 20-21)
Quiere decirnos el Apóstol que por medio de beneficios, obligamos  a los que  nos quieren mal, a avergonzarse  de su conducta para con nosotros. Nada es tan contagioso como el amor. Es un fuego devorador que consume todo lo que encuentra. Son  raros los corazones tan depravados, como el de Judas, que puede  resistir a las irradiaciones abrasadoras  de la caridad.
Si perseveramos en nuestra abnegación  acabaremos  triunfando de la mayor enemistad.
¡Qué hermosa será la comunidad que todos tuviéramos como regla de conducta el mandamiento del Señor de devolver bien por mal!
No hay cosa más agradable a Dios, ya que Dios es amor. Y el alma caritativa  es la que más se parece a El. Y nunca nos parecemos más a Dios que cuando devolvemos bien por mal.
Si os contentáis con amar a los que os aman, saludar a vuestros hermanos, no haréis más de lo que hacen los paganos. Si queremos ser hijos de nuestro Padre celestial, haced bien a los que os odian, solo así alcanzaremos con El una perfecta semejanza. (Mat. 5,48)
Devolver bien por mal, es el medio de alcanzar la intimidad más grande con Dios. Y con su amistad, su misericordia para nuestros pecados pasados,  sus gracias para el presente y su Providencia para el porvenir. Dichosa el alma que tiene el gran valor de devolver bien por mal. Podrá presentarse sin temor, con paz en el corazón, a los pies del Señor como otra María de Betania, para entrar en su intimidad y de antemano tiene seguro que nada le será denegado.
Lo queramos o no, siempre tendremos que sufrir  alguna incomodidad de los que nos rodean, y tenemos que temer aún más de nuestra gran miseria, que no nos deje obrar como discípulos de Jesús. Confiemos nuestras almas a nuestro  Redentor, para que nos conceda la gracia de  responder al mal con beneficios.

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