Nunca está permitido hacer el mal, incluso para conseguir un bien. Menos todavía cometer el mal para vengarse de otro mal, o para perjudicar al prójimo.
S. Pablo en Rom 12, 19 dice:”No tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejar lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: mía es la venganza, yo daré el pago merecido, dice el Señor”. S. Pablo cita aquí el Det. 32, 35.
Vengarse es usurpar los derechos esenciales de Dios. Este instrumento de las buenas obras y los cuatro siguientes señalan en cinco grados la conducta a seguir con aquellos que nos hacen el mal.
Quizás podemos preguntarnos si esto tiene aplicación en una vida comunitaria monástica. Aunque teóricamente pudiéramos dudarlo, la historia y la experiencia me confirman que no es algo extraño.
Dejando de lado aquellos casos que por permisión del Señor almas grandes sufrieron persecución, la persecución por parte de los buenos, como a San Pío, Sta. Rafaela del Sdo. Corazón. S. Juan de la Cruz…En menor escala pero no menos ostensible, se dan estos casos en la vida de los monasterios. No es algo que uno prevea al entrar o al hacer la profesión, pero es uno de los imponderables de la vida monástica, y para estas ocasiones S. Benito ofrece este instrumento.
Lo primero y más esencial que tiene que tener presente todo cristiano y con mayor razón todo monje, es no devolver nunca mal por mal. Toda venganza es pecado.
Devolviendo el mal, con frecuencia podemos ser mas culpables que el que nos ha hecho la injuria. El quizás ha podido actuar por un movimiento irreflexivo, de impaciencia, quizás en completa inocencia, sin caer en la cuenta de que con su proceder perjudicaba a un hermano. Esto puede suceder con frecuencia en la vida comunitaria.
Devolviéndole nosotros mal, obramos con malicia y premeditación. Y los frutos de la venganza es abrir más la llaga que había y la hace más difícil de curar. Se puede levantar un muro de separación entre los hermanos, y lo que es más triste, nos prepara un severo juicio ante Dios.
Jesús nos dijo: “Este es mi mandamiento, que os améis mutuamente”. Este es nuestro ideal. “Cristo ha muerto por nosotros, dejándonos ejemplo a fin de que sigamos sus pasos. Cuando estaba cargado de maldiciones no maldecía, cuando se le hacía sufrir, no profería amenazas. Cuando se le se le condenaba injustamente, se entregaba a sus enemigos”. (1 P. 2 21-25)
Todo el NT se puede citar como apoyo a estas palabras de Pedro. Son como el resumen de las doctrinas y ejemplos de Jesús. Bajo diversas formas, se repite en todo el NT. Son las bases fundamentales de nuestra vida cristiana.
Por consiguiente, el que está en disposición de devolver mal por mal, no puede decirse discípulo de Jesús. No conoce el espíritu de las obras de su Maestro. Un monje que respira venganza, no es un hijo de S. Benito.
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