S. Benito presenta los instrumentos que nos ayudarán a vivir la vida comunitaria, como el lugar donde mostramos el amor a Cristo sobre todo otro amor. Por esto nos invita en este instrumento inspirado en Proverbios 12, 20, que expresa la perseverancia que debemos tener en la práctica del amor.
La caridad supone necesariamente la abnegación que olvida su propio bien para procurar el de los otros. Supone también el propósito de soportar todo lo que nos pueda venir en la vida comunitaria, tal como lo expresa S. Pablo en el himno de la Caridad.
La condición para mantener la caridad es el sacrificio por el hermano. Por esto, el sacrificio, lejos de desalentarnos o huir del amor, lo nutre y lo desarrolla. Por esto también soporta con paciencia todo lo que pueda venirle en desaires, calumnias, ingratitudes, persecuciones.
Por el espíritu de sacrificio es por lo que se explica que la verdadera caridad perdone sinceramente, olvida todo. La caridad verdadera nos lleva a sufrir, perdonar y olvidar.
El motivo que nos impulsa a la práctica de la caridad nos exige también que no abandonemos nunca esta virtud. No cejar dice S. Benito. Y la causa es que el verdadero motivo, es Dios a quien amamos en nuestros hermanos. Dios nunca puede dejar de ser amor, así nuestro amor cualquiera que sea la conducta de nuestro hermano y los perjuicios que nos ha ocasionado no puede cejar.
Muchas pueden ser las deudas que tenemos con Dios por tantos beneficios por su parte e ingratitudes por la nuestra. Y nos ofrece esta ocasión de pagarlos ocultándose bajo nuestro hermano defectuoso. Y nos dice, ámale como yo te he amado, perdónale como yo te he perdonado.
Con esta mirada de fe, la caridad no desfallecerá. Por el contrario crece con las dificultades, pues se siente feliz al encontrar la ocasión de reparar las faltas pasadas contra el amor.
El fruto de la caridad nos anima a no cejar en la caridad. El que permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él. Tal es la sublime recompensa de la caridad. Es Dios mismo el que se da a nosotros. Por lo tanto, el que no permanece en la caridad pierde esta recompensa. No mora en Dios y Dios no mora en él.
Si se enfría nuestra caridad para con los hermanos, también se enfriará nuestra relación con Dios.
Quizás puede ser la causa de las dificultades en la oración, extrema debilidad en el cumplimiento de los propios deberes, disgusto por las cosas de Dios y un malestar general que pueda uno experimentar, el enfriamiento en la caridad con los hermanos. Si nuestra caridad se ha enfriado, hemos cejado en la caridad, no nos tienen que sorprender las consecuencias. Es la palabra del Señor: “con la medida que midieres seréis medidos”.
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