142.- No satisfacer su ira. (4,22)

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Estamos en una serie de instrumentos que con los que S. Benito indica el modo de seguir a Jesús. Renunciado al mundo para estar dispuestos a no preferir nada a Cristo. ¿Dónde podemos hacer efectivo este seguimiento? En medio de la comunidad monástica, y por ello siguen estos instrumentos que están indicándonos cómo hemos de hacer realidad el seguimiento.
Lo primero que indica es lo más externo e imprescindible en todo discípulo de Jesús. No satisfacer la ira. O como traduce Iñaki: No consumar los impulsos de la ira. “Iram non perficere.”
Así como la dulzura tiene  muchos atractivos y gran imperio para ganar los corazones, la cólera repugna a los que son testigos de ella y atrae su desprecio e indignación.
Es un vicio tan repugnante, que hasta se manifiesta y refleja en el mismo rostro. Otros vicios pueden ocultarse. La cólera no se puede disimular. Pone de manifiesto toda nuestra conducta, e indica  la falta de control, interno de quien externamente así se manifiesta, por eso no suele estar sola, sino acompañada de otros vicios ocultos.
La es como una locura, pasión que ciega al que se deja arrastrar por ella. Es como el fuego, se apodera de tal manera que no se le puede  controlar, de modo que bajo el imperio de la ira, no se razona, no se juzga sanamente de las cosas. Se pierde el dominio sobre uno mismo. No se es dueño de la razón ni de la libertad. En una palabra, se cesa de ser hombre razonable.
Dios nos guarde decaer en esta demencia. Pero por nuestra parte, tenemos que reprimir los primeros movimientos en las contrariedades. Detener  gestos y palabras en los que se manifiesta la cólera, y con el auxilio de la  oración conseguir el dominio sobre uno mismo.
Los efectos de la cólera son funestos. Nos hace perder la paz, la dulzura, ya que Jesús solo la ha prometido al alma en reposo “encontraréis el descanso de vuestras almas.” La ira introduce la turbación en todos los que la presencian  y no hace bien a nadie.
Siendo ciega, no conoce barreras y puede  arrojarnos a donde no pensamos. Es más fácil prevenir los excesos, que detenerlos.  Y se previenen vigilando de cerca nuestro humor, reprendiéndonos  las menores impaciencias, esforzándonos  por adquirir la calma y la suavidad de modo habitual, humillándonos después de cada impaciencia, tanto delante de Dios como delante de los hermanos a los que hemos desedificado.
No nos contentemos de practicar la dulzura cuando nada nos cuesta. En las contrariedades es donde tenemos que practicarla, si queremos triunfar del vicio de la ira.
Quizá lo más triste de todo, es que aquel que se deja llevar de la ira, de la cólera, aunque sea en pequeña escala, no puede tener parte con Jesús. El monje llamado a estar con El, queda arrojado espiritualmente de su presencia.
Estar lejos de Jesús, dice la Imitación, es un daño mayor que si todo el mundo se perdiese. Estar sin Jesús es grave infierno, estar con Jesús es dulce paraíso. Si Jesús estuviere contigo ningún enemigo podrá dañarte. El que halla Jesús  halla un tesoro. El que pierde a Jesús pierde más que todo el mundo. Pobrísimo es el que vive sin Jesús  y riquísimo el que está bien con Jesús. Gran arte es saber conversar con Jesús  y grande prudencia saber tener  a Jesús. Se humilde y pacífico y será contigo Jesús. Todo esto pierde el monje que se deja llevar  de la ira, de la cólera.

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