Si el Señor no deja sin premio un vaso de agua dado en su nombre, cuanto más premiará la visita que se hace al enfermo, siempre que se haga con las debidas condiciones.
Se trata de una obra de misericordia, que hay que hacer con auténtico espíritu cristiano, lo que supone la intención sobrenatural de agradar a Dios, sirviéndole en los miembros dolientes de Cristo.
He aquí las principales virtudes que han de ser tenidas en cuenta en la visita a los enfermos, para que su acción caritativa sea provechosa para el enfermo y altamente meritoria para el que lo hace.
Ante todo ha de ejercitar la fe, viendo en el mismo enfermo al mismo Cristo que sufre en uno de los miembros de su Cuerpo Místico. Sólo así podrá decirnos en día del Juicio, Venid banditos de mi Padre, porque estuve enfermo y me visitasteis. Cuando nos mueva a visitar a los enfermos otra razón desvirtuamos por completo el sentido de esta obra de misericordia y la destituimos de su inmenso valor ante Dios. Cristo no recompensará como hecho a El una obra en la que tenía por motivo otra finalidad.
La fe es el punto de vista fundamental que hay que tener bien claro al ejercitar esta o cualquier otra obra de misericordia. Esto no quiere decir que no puedan intentarse en ella otras finalidades humanas con la visita, como curarle, aliviarle, consolarle, distraerle. Pero todo debe estar subordinado a la finalidad última y suprema de atender al enfermo como miembro doliente de Cristo.
Cuanta moneda falsa desde el punto de vista sobrenatural y cuanta caridad aparente en las visitas y cuidados de los enfermos, por no haber tenido en cuenta este detalle tan primario y elemental. Nunca se insistirá demasiado sobre el rectificar la intención en cualquier obra de misericordia corporal o espiritual. Sin ella nos exponemos a movernos en un plano meramente humano y natural, que sin ser malo, carece de valor en el plano sobrenatural.
En segundo lugar, caridad.Se comprende sin esfuerzo su necesidad, ya que es precisamente ella la que nos tiene que mover a este ejercicio. La caridad se funda en la participación de la eterna bienaventuranza, y por consiguiente a ella debe encaminarse la visita de los enfermos. Es muy correcto que nos preocupemos de su salud corporal e intentemos todos los medios disponibles para alcanzarla. Pero ante todo debemos preocuparnos de su salud espiritual, animándole a llevar santamente su enfermedad, viendo en ella la voluntad misericordiosa de Dios y si el caso lo requiere preparándole para recibir los sacramentos, o en la agonía, ayudándole con oraciones y jaculatorias a bien morir, pues quizás pueda estar más consciente de lo que aparece externamente.
Una tercera cualidad es la paciencia y abnegación. A veces los enfermos debido a su enfermedad pueden mostrarse egoístas y exigentes. Así lo prevé S. Benito. Es preciso armarse de paciencia y abnegación a toda prueba para atenderles con sonrisa en los labios y sin dar a entender lo mucho que pueden hacer sufrir. Así lo recomienda S. Benito al enfermero.
Prudencia y delicadeza, evitando aquello que les pueda disgustar o afligir en las noticias que se les da, ya que puedan estar más sensibles: o que puedan despertar en ellos sentimientos de rencor, envidia, impaciencia. Hay que crearles un clima de paz, serenidad confianza en Dios y aceptación gozosa y alegre de su divina voluntad que nunca permite el mal, sino para sacar mayores bienes.
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