Por lo demás, expongan los hermanos su criterio con toda sumisión, y humildad y no tengan la osadía de defender con arrogancia su propio parecer. (3,4))
Tres son las actitudes que S. Benito quiere que tenga el monje cuando es llamado a consejo. Sumisión, humildad y evitar la dureza de criterio.
El otro día indicaba que la desconfianza sobre nosotros mismos, nos lleva a recurrir a los consejos de los hermanos. Esta misma desconfianza nos tiene que llevar a cierta reserva o prudencia cuando se trata de dar consejos a otros
El presuntuoso está siempre dispuesto a ofrecer sus criterios e incluso pretende imponerlos sin que nadie se lo pida. Parece que no puede emprenderse cosa alguna sin su participación. Y hasta se alegra cuando salen mal las cosas, diciendo o por lo menos pensando, que todo iría mejor si se le consultase.
Por el contrario el monje que desconfía de sí mismo está muy lejos de esta postura, y se siente feliz cuando le dejan de lado sin preguntarle su opinión. Guarda silencio hasta ser preguntado. Y solamente la obediencia o la caridad fraterna le hacen descubrir su modo de pensar, ya sea en particular, ya en público.
Esto parece ser lo que quiere decir S. Benito con la palabra “sumisión”.
Si damos nuestra opinión con sincera humildad, hablaremos con desconfianza de nosotros mismos, con la íntima convicción de que no somos capaces de dar luz a la cuestión. Pero a la vez hablaremos con entera confianza en Dios, que puede servirse de nuestra pequeñez, para hacer que se conozca lo que es mejor. “Muchas veces el Señor revela lo que es mejor al más joven”, como dice S. Benito en el párrafo 3º.
Si somos humildes daremos sencillamente nuestra opinión sin querer aparecer como sabios, y sin preocuparnos de saber si se nos considera como tales o como unos monjes ignorantes e inhábiles.
Pero sobre todo se ha de hablar sin pasión, sin ese tono pretencioso que parece decir a los demás: todos vosotros os equivocáis, las únicas razones buenas son las mías.
En tercer lugar, dice S. Benito que hay que dar la opinión con indiferencia, sin dureza de criterio. No debemos tratar con indiferencia la cuestión que se nos propone, con el pretexto de que no nos corresponde ese asunto. (El Hº Gerardo, hermano sencillo y sin letras, era consultado con frecuencia por D. Félix, abad de S. Isidro. Cuando le superaba la cuestión, le decía:”el que tenga la mitra, que discurra”) Debemos por el contrario examinar muy detenida y seriamente, por razón de obediencia y caridad, aquello que se nos pregunta o se nos pide consejo.
Pero debemos desprendernos de nuestro propio criterio y estar dispuestos a conformarnos con la solución que al fin se tome. Se siga o no nuestra opinión, quedaremos en paz. Hemos declarado nuestro pensamiento y todo nuestro deber queda cumplido. Os puedo decir que personalmente cuando no se ha aceptado mi pensamiento en el consejo del abad, me he sentido más liberado ya que si sale mal, no será por mi responsabilidad, y si sale bien, eso era lo que quería, aunque fuese por distinto camino o modo.
Sostener obstinadamente su opinión es un orgullo detestable, que entre las mismas gentes del mundo se avergüenzan. Con cuanta más razón lo debe evitar el monje que por su profesión, ha de cultivar de modo especial la humildad. “No defender con arrogancia su propio parecer”.
Podemos sacar la conclusión que es más fácil pedir consejos que darlos. Que antes de dar nuestra opinión debemos preparar nuestro espíritu para permanecer en obediencia, humildad y e indiferencia en su correcto sentido ignaciano de estar dispuesto a aceptar todo lo que sea voluntad de Dios.
El otro día indicaba que la desconfianza sobre nosotros mismos, nos lleva a recurrir a los consejos de los hermanos. Esta misma desconfianza nos tiene que llevar a cierta reserva o prudencia cuando se trata de dar consejos a otros
El presuntuoso está siempre dispuesto a ofrecer sus criterios e incluso pretende imponerlos sin que nadie se lo pida. Parece que no puede emprenderse cosa alguna sin su participación. Y hasta se alegra cuando salen mal las cosas, diciendo o por lo menos pensando, que todo iría mejor si se le consultase.
Por el contrario el monje que desconfía de sí mismo está muy lejos de esta postura, y se siente feliz cuando le dejan de lado sin preguntarle su opinión. Guarda silencio hasta ser preguntado. Y solamente la obediencia o la caridad fraterna le hacen descubrir su modo de pensar, ya sea en particular, ya en público.
Esto parece ser lo que quiere decir S. Benito con la palabra “sumisión”.
Si damos nuestra opinión con sincera humildad, hablaremos con desconfianza de nosotros mismos, con la íntima convicción de que no somos capaces de dar luz a la cuestión. Pero a la vez hablaremos con entera confianza en Dios, que puede servirse de nuestra pequeñez, para hacer que se conozca lo que es mejor. “Muchas veces el Señor revela lo que es mejor al más joven”, como dice S. Benito en el párrafo 3º.
Si somos humildes daremos sencillamente nuestra opinión sin querer aparecer como sabios, y sin preocuparnos de saber si se nos considera como tales o como unos monjes ignorantes e inhábiles.
Pero sobre todo se ha de hablar sin pasión, sin ese tono pretencioso que parece decir a los demás: todos vosotros os equivocáis, las únicas razones buenas son las mías.
En tercer lugar, dice S. Benito que hay que dar la opinión con indiferencia, sin dureza de criterio. No debemos tratar con indiferencia la cuestión que se nos propone, con el pretexto de que no nos corresponde ese asunto. (El Hº Gerardo, hermano sencillo y sin letras, era consultado con frecuencia por D. Félix, abad de S. Isidro. Cuando le superaba la cuestión, le decía:”el que tenga la mitra, que discurra”) Debemos por el contrario examinar muy detenida y seriamente, por razón de obediencia y caridad, aquello que se nos pregunta o se nos pide consejo.
Pero debemos desprendernos de nuestro propio criterio y estar dispuestos a conformarnos con la solución que al fin se tome. Se siga o no nuestra opinión, quedaremos en paz. Hemos declarado nuestro pensamiento y todo nuestro deber queda cumplido. Os puedo decir que personalmente cuando no se ha aceptado mi pensamiento en el consejo del abad, me he sentido más liberado ya que si sale mal, no será por mi responsabilidad, y si sale bien, eso era lo que quería, aunque fuese por distinto camino o modo.
Sostener obstinadamente su opinión es un orgullo detestable, que entre las mismas gentes del mundo se avergüenzan. Con cuanta más razón lo debe evitar el monje que por su profesión, ha de cultivar de modo especial la humildad. “No defender con arrogancia su propio parecer”.
Podemos sacar la conclusión que es más fácil pedir consejos que darlos. Que antes de dar nuestra opinión debemos preparar nuestro espíritu para permanecer en obediencia, humildad y e indiferencia en su correcto sentido ignaciano de estar dispuesto a aceptar todo lo que sea voluntad de Dios.
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