211.- No querer ser tenido por santo antes de serlo, sino serlo en efecto, para que puedan con verdad llamarlo. (4,61)
Esta frase un tanto curiosa, se encuentra en la “passio Julian”. S. Benito quizás la ponga en este lugar, puede ser debido al instrumento anterior alusivo a los escribas y fariseos, para así poner al monje en guardia para que so se deje llevar de la hipocresía.
Dios nos llama a ser santos, no simplemente buenos. Del evangelio se deduce claramente que todos estamos llamados a la santidad. Ser cristiano es estar llamado por Dios a la santidad.
Dios que nos ha dado tanto, espera mucho de nosotros. La gracia, ese don gratuito de Dios, por el que Dios viene a nosotros y en virtud de él podemos que caminar a la santidad.
Los santos lo han sido, no porque a ellos se les haya ocurrido, sino porque Dios los llamó y eligió con amor y ellos han correspondido libremente a este llamamiento.
Por esto, cuando nosotros oímos que Dios espera que seamos santos, no hemos de tener como a un imposible humano, pues si Dios llama a ser santo, es porque me ha elegido para ello y me da la gracia necesaria para llegar a serlo, ya que Dios no pide imposibles. En la liturgia decimos con S. Agustín, que Dios al coronar a los santos, corona sus propios méritos, porque no llegaron a la santidad por sí mismo, sino por la gracia de Dios.
Lo más normal es pasar por este mundo sin llamar la atención, sin cosas extraordinarias. La santidad es vivir un amor intenso a Dios, vivir en gracia, y esto está al alcance de todos nosotros. Basta que queramos abrirnos a la gracia.
Por esto pedimos al Señor que nos ayude a querer. Si estamos en el monasterio es porque de alguna forma ya queremos. Si queremos, podremos pues Dios también lo quiere.
Basta leer la regla para convencernos que su finalidad es conducirnos a la santidad o sea a la práctica de todas las virtudes que llevan a la santidad. Es imposible observarla en todo su espíritu sin santificarse.
En este instrumento S. Benito nos estimula a que trabajemos para caminar a la santidad, para que se merezca con razón este nombre. Si no caminamos en esta dirección, no haremos nada, seremos seres inútiles, aunque hagamos otras muchas cosas.
Por el bautismo y la profesión hemos prometido a Dios tender a la santidad. No podemos dudar que este Dios justo y bueno, está dispuesto a concedernos las gracias necesarias para cumplir lo prometido.
Quizás nos puede venir el pensamiento que después de tantas faltas cometidas, tanto tiempo pasado quizás en la flojedad, tantas infidelidades a la gracia, no podemos santificarnos. Cierto que el tiempo perdido, perdido está ya, pero lo podemos recuperar redoblando nuestro interés, y suplicando la gracia que nos conduzca a la cima.
Podemos preguntarnos cómo rodeados de tantos medios de santificación el monasterio, no somos como debiéramos ser. Pero la razón es sencilla. Siendo admiradores de la santidad, deseando aparentemente la santidad, no queremos emplear los medios que conducen a ella, por resultar dolorosos, o sea que en realidad y de veras no queremos ser santos.
Con la gracia podemos hacer el bien, imitar a Jesucristo, identificarnos con él, superando nuestras debilidades, pecados y egoísmos, pero no somos seres inertes. Un banco de la iglesia, por mucha gracia que halla, no es capaz de recibirla, ya que solo la criatura humana es capaz de recibir la gracia.
Nosotros sí, somos criaturas humanas, tenemos conocimiento y voluntad para darnos cuenta de lo que es bueno y amarlo con nuestro corazón y practicarlo. Por eso, ante Dios no somos seres pasivos.
Cuando hacemos el bien, lo hacemos efectivamente porque queremos, pero lo hacemos sobre todo porque Dios nos ayuda a hacer el bien
El tener buena voluntad es un don de Dios. Si tenemos buena voluntad, si queremos hacer el bien, es porque Dios nos ha dado esa gracia, pero como no somos seres meramente pasivos, Dios cuenta con nosotros. Así respetando nuestra voluntad, actúa como preguntándonos: ¿quieres amarme? ¿Quieres corresponder a mi amor? O por el contrario, ¿me desprecias?
Es evidente que buscar la reputación de santidad es ponerse por eso mismo, fuera del camino de santidad. La santidad descansa sobre la humildad, cuanto más santos, más humildes, o sea más conocedores de las propias miserias. Más horror tendremos a las alabanzas.
Nuestro mundo quizás con facilidad, al vernos con una vida tan distinta de la suya, nos canoniza con facilidad. Incluso dentro del monasterio se puede llamar gran santidad al ejercicio de las virtudes ordinarias. Hay que ponerse en guardia y desconfiar de las alabanzas que nos prodiguen. Sobre todo si nos gustan. Si nos creemos fácilmente lo bueno que se nos dice de nosotros, si nos complacemos en oír las virtudes que nos atribuyen, es prueba clara de que estamos lejos de la verdadera santidad
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