190.-presencia de Dios

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Estar firmemente persuadido de que no hay lugar alguno en el que Dios ni lo esté mirando. (4,49)

Lo pensemos o no lo pensemos, Dios está presente en todas partes, en nosotros y fuera de nosotros. En El  tenemos la vida, el movimiento y el ser, dice S. Pablo.
Tener este recuerdo actualizado, nutrirlo habitualmente, servirse de él para vivir bajo la mirada de ese Dios infinitamente grande y amoroso, justo, bueno, y conversar con El, es lo que llamamos el ejercicio de la presencia de Dios.
No es por tanto un acto de sola la inteligencia, que piensa en Dios. Menos aún un esfuerzo de la imaginación, para  imaginarse a Dios presente. Es principalmente un acto de la voluntad que se une a Dios  por el amor al Dios que reconoce presente. Conlleva confianza en su bondad, unión total a su voluntad.
S. Benito quiere que sus monjes hagan habitual este ejercicio, viviendo en la presencia de Dios de una manera consciente. Tenemos que esforzarnos en lo que esté de nuestra parte, en realizar este deseo de nuestro Padre, y llegar a vivir como él sumergidos en Dios.
¿No es Dios todo para con nosotros? ¿En quién pensaremos si no pensamos en Dios? Nos mira en todo tiempo y lugar. ¿Cómo podremos olvidar esta penetrante mirada? Nos permite estar cerca de El, nos invita a  conversar sin cesar con El. ¡Qué felicidad para nosotros si vivimos así en su presencia! ¡Que manantial de santificación es vivir así!
Anda en mi  presencia, decía Dios a Abraham, y serás perfecto. Si la mirada de los hombres es tan eficaz para mantenernos en el deber, cuanto más lo será la mirada del mismo Dios. Por eso todos los maestros espirituales recomiendan este  ejercicio de la presencia de dios como un gran medio de santificación.
S. Benito, después de haber prescrito la vigilancia sobre nuestras acciones, nos propone este ejercicio como uno de los mejores medios para  progresar en la vida monástica.
Nuestra  experiencia se une a  la voz de Dios y de los santos., para  decirnos que si queremos evitar el pecado, progresar en las virtudes, vivir una auténtica vida monástica, encontraremos un poderoso auxilio  en el recuerdo de la presencia de Dios. Cuando tenemos a Dios en nuestra mirada, recordaremos mejor  nuestro deber, los sacrificios se nos hacen fáciles, y los realizamos con más amor, descubriendo mejor la malicia del pecado. “Como puedo hacer esto ante la faz de mi Dios” decía José.
Podemos estar ciertos que toda falta, toda debilidad,  toda languidez, comienza por haberse debilitado nuestra fe en la presencia de Dios.
Puede decirse que la presencia de Dios es la mejor manera de hacer examen de conciencia. El examen pretende que caigamos en la cuenta de nuestras faltas, su malicia, su principio. ¿Dónde encontraremos mejor luz para todo esto?
Mirando a Dios nos es más fácil el recogimiento y vemos lo que pasa por nuestra conciencia. La presencia de Dios es el libro abierto donde mejor leemos el estado de nuestra alma.
El examen tiene que ir acompañado de la oración, pues necesitamos gracia para conocer las faltas, llorarlas e implorar perdón. Nos conduce por tanto a la fuente de las gracias que es la misericordia divina. Esto hace de una manera eminente el ejercicio de la presencia de Dios.
El examen ante todo tiende a restablecer el orden de nuestra alma, reanimar nuestra buena voluntad, y unirla a la voluntad de Dios.  Y el ejercicio de la presencia de Dios no hace otra cosa.
El pensamiento de que Dios nos ve, no es para herir  nuestra imaginación con una idea estéril, sino para estrechar los lazos  de nuestra unión con Dios.
La conclusión de todo esto, es que para hacer unos exámenes serios y provechosos, hay que hacerlos en la presencia de Dios y este ejercicio será tanto más eficaz para nuestra corrección, cuanto más acompañado vaya  de la presencia de Dios.

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