77.-Regir almas.

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77.-Regir almas.
Siempre ha de tener presente el abad lo que es y recordar el nombre con el que se le llama, y recordar que a quien mayor responsabilidad  se le confía, más se le exige. Sepa también cuan difícil y ardua es la tarea  que emprende, pues se trata de almas a las que debe dirigir y  son muy diversos los temperamentos  a los que debe servir. Por eso tendrá que alagar a unos, reprender a otros  y a otros convencerles. (2,30-31)

 

San Benito quiere que nunca pierda de vista el abad lo que es, y la gran responsabilidad que entraña su cargo. Así lo indica su mismo nombre y su misión es: “regere animas”, dirigir almas. Tres veces aparece esta expresión (31, 34, 37)  en lo  restante del capítulo, para recordar,  lo que constituye sin duda alguna, la parte más esencial, delicada  y cargada de cuidados de esta tarea.
Ahora bien, dirigir almas, significa “servir”,  a temperamentos muy diversos y acomodarse a diferentes capacidades intelectuales.
Siendo el párrafo 30 común a ambas reglas, la RB, añade  los párrafos 31 al 36. En estos párrafos propios,  que no aparecen en la RM, no se cansa en resaltar esta responsabilidad a la menor oportunidad que se le presenta. Y es que para S. Benito tiene mucha importancia, ya que si este ideal se convierte  en realidad, la comunidad progresará.
Estas admoniciones  que S. Benito dirige al abad, las podemos extender a todos y cada uno de los monjes, ya que las muchas gracias recibidas, son  motivo de mayor responsabilidad. Todos  tienen responsabilidad en la buena marcha de la comunidad.  No tenemos más que recordar las parábolas evangélicas de los talentos.
Cierto que el abad y aquellos que cooperan con él, tienen más responsabilidad de la buena marcha de la comunidad.
Da la impresión que S. Benito está un tanto asustado de esta responsabilidad, quizás fruto de su experiencia, y le  recuerda  al Superior que tendrá que dar cuenta de la falta de progreso de los monjes, o de la disminución del fervor general,  si  esto se debe a su negligencia.
El monasterio no es una prisión  donde las cerradoras solucionan los problemas, ni un cuartel donde basta la disciplina para que marche bien. No es  una reunión de obreros que por medio del salario y la vigilancia se hace producir a la empresa. El monasterio es un conjunto de hijos de Dios, de voluntades libres  que es preciso dirigir. Y las voluntades no se someten a fuerza de normas exteriores.
De aquí que S. Benito pondere lo difícil  de la misión de regir almas. No es subyugarlas, sino  que estén plenamente disponibles a la voluntad de Dios. Y esto exige ayudarlas a desprenderse de los antiguos hábitos, para que aparezca en ellas la imagen de Cristo.
Por consiguiente hay que buscar a cada uno su camino de trasformación, utilizando sus tendencias y recursos.
Un alma mal dirigida, puede perderse. Y cuanto  más generosa sea, mayor peligro encierra una mala orientación. Así lo demuestra la historia repetidas veces. Ahí tenemos a Port-Royal y el Jansenismo. En la misma época S. Francisco de Sales orientaba a la santidad a sus religiosas de la visitación. ¡Qué distinto habría sido el destino  de Port-Royal y de Sor Angélica, si esta  hubiese seguido bajo la dirección de S. Francisco de Sales!
San Benito ve que en el monasterio mandar es estar al servicio de todos. Por esto el superior debe estar atento a ver el modo de mejor de llenar esta misión. No está al frente del monasterio para imponer sus caprichos o criterios. Tiene que estar abierto a los caracteres de cada uno, pero sin ceder ante sus fantasías. Por esto necesita un gran espíritu sobrenatural y de renuncia.
Entre las sentencias que nos ofrece el P. General dice en una de ellas: “la mejor corrección  que puede ofrecer a la comunidad es la buena dirección. Está derecho lo que está bien dirigido”. Y también da este consejo: “no lo olvides, el sentido del humor es humedad que distiende y refresca cuando uno está tenso y caliente”.

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