71.-Faltas de ligereza.
En concreto, a los indisciplinados y turbulentos, debe corregirlos más duramente. En cambio a los obedientes, sumisos y pacientes, debe estimularles a que avancen más y más, pero le amonestamos a que amoneste y castigue a los negligentes y despectivos. (2, 25)
Se puede ser revoltoso, inobservante por ignorancia, por negligencia o por desprecio.
Las irregularidades cometidas por ignorancia provienen de la ligereza, porque no estudiar sus deberes, porque no les da la importancia debida. Vamos a ocuparnos en primer lugar de la ligereza.
¿Cuáles son las faltas de ligereza? Las que se cometen por ignorancia y descuido. Son propias del monje que S. Benito llama “indisciplinatus et inquietus”. No apreciando en su debido valor la observancia, se permite algunas irregularidades sin escrúpulo “indisciplinatus”. Siguiendo su petulancia y fogosidad natural, falta igualmente a la caridad con los hermanos “inquietus” y no atiende a las observaciones que se le pueden hacer y se asombra que se fijen en cosas que para él tienen tan poca importancia. Lo considera como olvidos y ligerezas
En su vida espiritual, un monje así, observa necesariamente el mismo desorden, la misma infidelidad en sus resoluciones, la misma ligereza respecto del deber.
Esta ligereza puede existir en un grado más o menos pronunciado, más o menos habitual. ¿En que medida somos culpables de ella? ¿Nos excusamos con facilidad de nuestras irregularidades, de las faltas a la caridad, de la laxitud en todas las cosas, hasta quizás bajo capa de aggiornamento?
Estas faltas pueden ser muy perjudiciales tanto personalmente al monje como a la comunidad. Privan al monje de las gracias de elección y paralizan más o menos su adelanto en la virtud.
Si se multiplican y hacen habituales, el peligro se hace mayor. Es la mala voluntad que se introduce en la conducta y se encamina paso a paso hacia la negligencia culpable y hasta el desprecio.
El monje no solo puede ser “indisciplinatus et inquietus” sino también “negligens et contenens”. Es el hecho que las faltas de ligereza, si no las combatimos, nos llevan fácilmente a la tibieza. Y ya sabemos los grandes males que los maestros de espíritu señalan como consecuencia de la tibieza. Donde no hay estimación del deber, nunca habrá amor al deber, es decir el fervor necesario para el progreso.
La falta de buena voluntad entraña necesariamente la disminución de las gracias, y ese monje, sin un auxilio extraordinario de Dios está muy expuesto a no tomar nunca en serio su vocación y muy probablemente ira declinando más y más.
En comunidad la falta de ligereza son brechas abiertas a la disciplina “indisciplinatus” y a la par “inquietus” La relajación o el malestar no se introduce en una comunidad con crímenes y faltas de malicia. Comienza a deslizarse por las falta de ligereza que se multiplican, se agravan por esto mismo y se hacen contagiosas.
Se llega pronto a no apreciar las reglas, a interpretarlas con más amplitud, hacer desaparecer todo lo arduo, y entonces desaparece el camino benedictino, calificado por “dura et aspera” por S. Benito, descripción tomada del evangelio que nos habla de un camino estrecho. Y así, pronto desaparece de la comunidad la verdadera paz y alegría que se gozaba, cuando florecía el silencio, la regularidad, recogimiento, y se convierte más bien en una plaza pública.
S. Benito quiere que el superior reprenda con severidad “durus arguere”. Pero todo será inútil si cada uno no toma con empeño hacer desaparecer toda ligereza y tibieza. Cada uno debe vigilarse con un examen atento. Y no darlas tregua alguna tomando a pecho el cumplimiento de la divina voluntad que tanto se manifiesta en pequeñas observancias como en las obligaciones fundamentales de la vida monástica
Al monje le toca abrazarse con amor y generosidad a todo aquello que se le manifiesta voluntad de Dios a través de las reglas y constituciones. Así es como se han santificado tantísimos monjes en la escuela de nuestros santos Padres. Con su ejemplo y doctrina apreciaremos en su justo valor el mal de las faltas de ligereza.
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