5.- PROLOGO, s. Benito.
¿Por qué Benito privilegió este final del prólogo del Maestro reproduciéndolo casi totalmente, mientras omitía todo de los tres partes anteriores? Sin duda porque en esta cuarta parte encierra la frase capital a la que tendía toda la frase del Maestro:”vamos a establecer una escuela del servicio de Señor”. Y no es que a Benito le interese particularmente esta definición del monasterio como “escuela del divino servicio”. Es la frase o sentencia esencial que había que conservar a cualquier precio y que estaba unida estrechamente a la cuarta parte que comentaba los salmos. Por ello Benito decidió reproducir integramente esta última parte del prólogo del Maestro, aún a consta de resumir en unas líneas los tres anteriores partes.
La prueba de que esto sea así, es que una vez citada la frase del Maestro “escuela del divino servicio”, Benito interrumpe el discurso del Maestro para introducir la frase que “espera no introducir nada penoso, nada agobiante, sin embargo si nos encontramos con algunas observancias algo estrictas, evitemos huir, solo el camino es estrecho, luego el amor va ensanchando el corazón y se corre con gusto”.
Poco importa a Benito que este inciso introducido por él, no armonice bien con el pensamiento del Maestro, que sigue en tono austero exponiendo la continua participación de los sufrimientos de Cristo, con la perseverancia en el monasterio hasta la muerte.
Tanto para el Maestro como para Benito la frase “escuela del servicio divino” es la clave de toda esta cuarta parte del prólogo de RM, por lo que creyó tenía que copiarla íntegramente.
El prólogo de la RB es una catequesis, una instrucción religiosa. Más que presentar el código monástico, describe la vocación del monje y las grandes perspectivas de su itinerario espiritual. Crea así el clima ideal en el que deben leerse los capítulos siguientes.
Posee un sabor marcadamente sapiencial. Es notable el uso constante del imperativo, modo pedagógico por excelencia de los libros sapienciales.
El núcleo central de esta catequesis por su gravedad, realmente impresionante, pues se trata, de provocar una decisión que concierne al destino temporal y eterno de quien va a tomarla. Incluye conceptos tan tremendos como el de la muerte, que se aproxima inexorablemente, el de la vida, como plazo concedido al hombre para enmendarse de sus vicios y hacer penitencia. El de inapelable y definitivo juicio de Dios. Pero todo esto es solo la parte negativa y pavorosa del mensaje. Son como unas pinceladas oscuras que hacer resaltar la luz que inunda el cuadro.
Nada más esplendido que la llamada que el Señor dirige a su elegido, nada más maravilloso que el ideal que se nos va revelando. Rezuma un optimismo incoercible, como el que rezuma el sermón de la montaña. En el que Cristo se manifiesta como el maestro de toda sabiduría.
Tres personajes intervienen en el prólogo, Cristo, el autor y el candidato a la vida monástica. El papel de este último se reduce casi a escuchar. El autor se eclipsa muy pronto para reaparecer al final. Cristo es el que destaca como verdadero protagonista. Su divina persona domina todo el discurso que empieza y termina con la proclamación de su realeza.
El es el que va descubriendo el camino que conduce a la vida. De este modo la vocación monástica aparece nítidamente como el encuentro con una persona: Jesucristo, siempre actual.
Según Benito, la esencia del monje consiste en un diálogo con Cristo