42.- Visión panorámica del prólogo.
Hemos comentado detenidamente los diversos párrafos del prólogo y hemos pretendido recoger las orientaciones espirituales que podemos decir, son como elementos del carisma benedictino. A la luz de la RM hemos podido profundizar mejor en el sentido de la doctrina y pensamiento de S. Benito.
Podemos preguntarnos, después de estas reflexiones, que es lo que vemos a la distancia de quince siglos. Dejando de lado por un momento toda la orientación espiritual que hemos recibido con su reflexión, veamos tres aspectos en los que pueden verse decepcionada nuestras expectativas.
En la espiritualidad contemporánea, estamos ávidos de comunión fraterna y caridad, y sorprende no encontrar estos valores expuesto al comienzo de la Regla. S. Agustín, S. Basilio y los Cuatro Padres desarrollan estos aspectos, el Maestro y S. Benito nos dejan un tanto perplejos. Aunque con frecuencia predomina el plural, vemos que el llamamiento se dirige más bien al individuo que al grupo. El grupo es más algo necesario que un bien en si mismo.
En segundo lugar puede llamarnos la atención las resonancias bíblicas, que son demasiado generales, como para dar fundamento a la vida monástica benedictina. ¿Qué cristiano no puede y debe entrar en la escuela de Cristo en vistas a la vida eterna, tanto en el mundo como en el claustro? Tanto más que la entrada en la escuela supone la salida del mundo estrechándose así el campo de la caridad. Por tanto un corte con la sociedad humana, cuando no con la misma Iglesia, lo cual puede plantear un problema.
Finalmente no vemos claramente qué beneficio podemos obtener de una institución concebida ante todo como de enseñanza. ¿Qué sabiduría están provistos estos maestros para enseñarnos durante toda nuestra vida? El evangelio es simple y claro, apto par ser vivido donde sea, siempre e intensamente en la condición concreta de vida de cada uno.
Estas pueden ser tres objeciones que saltan a la mentalidad moderna y que no exigen una respuesta propiamente hablando. En lugar de una respuesta que quizá no llegaría a convencer, procuremos aceptar estos hechos y ver su lado positivo. Escuchemos la voz del monacato antiguo que llega hasta nosotros sin querer imponer nuestros temas actuales a la fuerza. Veamos el sentido original en toda su pureza. Así también podremos percibir el mensaje que nos trae el prólogo.
En primer lugar, el cristianismo es algo serio, que tiene un contenido moral y ascético que no se abarca en un primer instante. Tiene exigencias espirituales que llegan lejos. Para recibir en plenitud esta enseñanza, y ponerla en práctica se necesita una vida entera consagrada a ello. El mensaje divino encuentra al hombre lejos de Dios y el ideal que propone solo puede ser alcanzado al precio de una conversión profunda, Se requiere toda la atención del fiel en cada instante de su vida, para lograr a cumplir el servicio de Dios. Para llegar a este fin, se necesitan maestros capacitados que ayuden al hombre a ver claro y reformarse y un marco de vida apropiado que haga posible la atención a Dios y a su voluntad.
En este marco de vida apropiado, Benito no hace más que repetir a Basilio. La escuela, el monasterio no es más que la realización de la segunda cuestión de la regla basiliana. Un lugar donde el cristiano pueda trabajar sin obstáculos ni desviaciones en la gran obra del cumplimiento de la voluntad divina. Este programa requiere la separación del mundo, es un segundo postulado fundamental de esta espiritualidad. “Nadie que se dedica a la milicia de Dios se enreda en los negocios de la vida” (2 Tim, 2,4) Esto lo traduce la RM y RB en los instrumentos de las buenas obras “hacerse extraño a la conducta del mundo”. Y tiene plena aplicación en este momento, pues el objetivo de la “escuela” de que hablan, es el servicio de Dios, la milicia de Cristo. La terminología griega de este término lo sugiere. “Escuela” originariamente era la desocupación, el ocio. Era la esuela del filósofo, o el cuerpo de tropa. Verifican cada uno a su manera este sentido primitivo. Allí los individuos se encuentran libres de las preocupaciones de la vida corriente, ocupados únicamente en un objeto superior, desinteresado: ya sea el servicio del príncipe, o la búsqueda de la sabiduría. Para todos los legisladores antiguos, el servicio de Cristo y la atención a su palabra legitiman e incluso exigen una liberación análoga, cuyo fundamento encuentran en el evangelio.
Esto nos conduce a otra conclusión importante. S. Benito concibe a su monasterio separado del mundo, como una simple consecuencia de las enseñanzas de Cristo y de los Apóstoles. Para él, el fenómeno monástico no es en manera alguna un hecho religioso universal originalmente independiente del cristianismo, y que éste había asumido lo mejor que pudo. Según Benito, la conversión monástica responde pura y simplemete al evangelio.
En la teología monástica de Benito, Cristo aparece como un superior y un jefe. Es al mismo tiempo el maestro que enseña y el señor que manda. En término de relaciones familiares, se le representa como un padre. Es una concepción principalmente vertical de cenobitismo, que se opone claramente a nuestro fraternalismo horizontal.
Finalmente nos llama la atención la orientación de esta sociedad hacia el más allá. Su preocupación más importante es preparar a cada uno de sus miembros al juicio final, dejando casi de lado su propio valor como comunidad terrena. Todo el texto del prólogo tiene una perspectiva escatológica. Se fija más en la eternidad y parece se descuidan un tanto las realidades del tiempo, incluso las de orden sobrenatural. Actualmente nos preocupamos más de estas realidades, pero quizás también nuestra expectativa del mundo futuro es menos ardiente y menos segura.