37. Suavidad de la Regla.
Y al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada oneroso. (46)
S. Benito introduce una serie de frases que hoy empezamos a comentar, que no aparecen en la RM. Se preocupa del aspecto doloroso de la “escuela del servicio divino” tal como la está presentando la RM.
La austera conclusión de la RM, que una vez presentada la escuela, señala como condición necesaria la “perseverancia hasta la muerte participando de la pasión de Cristo por la paciencia”. Esta perspectiva de sufrimiento sin fin aquí en la tierra, ha inquietado a Benito. No le parece muy conforme al evangelio y a la realidad de la vida monástica.
Mediante su añadidura introduce en esta conclusión una serie de ideas reconfortables. La principal es prometer la dilatación del corazón por el amor y una carrera llena de dulzura por el camino de los mandamientos de Dios, una vez salvado el paso inicial de un camino estrecho. Lo analizaremos más detalladamente otro día.
La vida terrena del monje no es una agonía continua. Previamente al reino celestial, la vida monástica tiene una felicidad, que S. Benito califica incluso de “inefable”. La propia experiencia en los años pasados en el monasterio, nos lo confirma.
Optimismo, preocupación por animar a los débiles, interés por el progreso espiritual ya aquí en la tierra, sentido agustiniano del amor en este progreso. Muchos rasgos pueden verse en estos párrafos propios de la RB 46-49.
Pero ante todo conviene ver su impacto en la nocion de “escuela del servicio del Señor”. En efecto, el único propósito de estas líneas propias de RB es aclarar la oscura atmósfera con la que el Maestro había envuelto la escuela.
Por ello S. Benito declara en primer lugar no establecer nada duro, nada oneroso. En estas palabras podemos reconocer el eco del logion evangélico en el que Jesús promete que su yugo será suave y su carga ligera.
Ya Agustín utilizaba estos términos “aspera et gravia” para designar las tribulaciones de la vida cristiana, opuestas aparentemente a la promesa de Cristo.
Benito en estos párrafos que introduce en el prólogo como propios, recuerda el texto de Mat. 11 que dio pie a la trama de la parábola de la fuente en la RM. Pero lo utiliza de modo distinto que el Maestro. Mientras que el Maestro ve en la pesadez el efecto del pecado, y en la ligereza el estado de la conciencia purificada, Benito piensa en el peso extraordinario de las observancias, que él quisiera aligerar lo más posible, es decir que sean fáciles en sí mismas, objetivamente.
La interpretación del texto evangélico está en la RB en la línea de la exégesis moderna, presente ya como dije, en más de un comentario patrístico. La carga de la que Jesús alivia, no es la del peso del pecado, sino de la ley, en nuestro caso, de las observancias.
De esto se sigue que la regla monástica debe hacerse suave y ligera a ejemplo del jugo y de la carga de Cristo, es decir, como lo es el mismo evangelio.
Benito introduce así un primer correctivo fundado en el logion de Mateo, antes de presentar la perspectiva de participación en la pasión de Cristo, también totalmente escriturística, y que es la única que la RM ha presentado a los alistados a la escuela.
Sin embargo este primer retoque exige otro. Es claro que la regla monástica tiene sus asperezas y su peso. Para dar cuenta de este aspecto innegable, Benito no recurre a explicaciones racionales: razón de equidad, la enmienda de los vicios, la consecución de la caridad. Ofrece una imagen escriturística, la del camino estrecho en Mat. 7, que comentaremos otro día.
Es suave desde el momento que reanima nuestro espíritu de fe, ya que nada es dificil para el que tiene fe. Este espíritu nos ayuda a descubrir la voluntad divina incluso en los puntos más sencillos. La reanima la voluntad para abrazarse con amor a la observancia. Al monje tibio y negligente no le agobia propiamente la observancia sino su falta de entrega y generosidad. De modo que aunque se le den todos los alivios posibles, siempre se queja.
En esta frase podemos también comprobar la discreción tan ponderada de S. Benito, que en definitiva es el espíritu evangélico.
La obediencia servil es muy dura y muy duro el sacrificio a la fuerza. El hombre tiene necesidad de amar y ser amado y S. Benito presenta el monasterio, como una madre que busca el bien de sus hijos y se hace cargo de sus flaquezas. S. Benito quiere que el Monasterio sea como una familia en la que reina el amor. Que el Abad disponga todo de modo que los hermanos estén en paz.